viernes, 25 de agosto de 2017

Alicia en la “Boite” (por Dr. Jorge Garzarelli)



Alicia en la “Boite”  (Acerca de un ensayo para la muerte), por Dr. Jorge Garzarelli

Es obvio que lo que pueda decir desde estas páginas tiene un sentido precario y revocable.

¿Acaso hay Discurso completo?

Momento fóbico de la Escritura que trata de sobresaltar a lo no escrito sobre la llamada prostitución. Degradación del límite con el que intento el borde indeciso de la Falta, nunca la Falta misma: sabemos que es imposible

Lo que sucede al Lenguaje no le sucede al Discurso (1). Por esto es difícil escribir sobre lo que ella dice. Es así que tuve que realizar un negativo, algo así como en las películas mudas!.

Este texto es algo que más faltaría a mí, como el objeto T. de Winnicot; algo que le falta al cuerpo del hijo; por eso lo escribo y lo digo excéntricamente cayéndose aquí en esta “Pequeña Escena” dramática que es la Escucha Analítica. En este caso cayendo en lo “obsceno”, lo que esta por fuera de la escena presentada.

Ella dijo una vez: “Todo comenzó cuando leí en un baño de una pizzería: “Se busca mujer joven bien puta. Pago bien, llamar a Claudio al Nro...”

"¿Cómo podía estar escrito eso ahí? ¿Quién lo habrá escrito?. Me tente. Llame y hable con Claudio. A partir de ahí hable con muchos otros ofreciendo mis servicios. Él me enseño casi todo: con revistas, películas, con su propio cuerpo, etcétera. Aprendí rápido. El dinero lo repartíamos entre los dos por partes iguales. Él siempre fue muy cariñoso conmigo. Luego hice el secundario, pero estudié inglés y modelo publicitaria. Claudio me ayudó. Puedo decir que fue mi maestro".

Claudio: un hombre que le enseña a una mujer como hacer el amor con otros hombres. Extraña metonimia que tiene su arquetipo en el “Teseo de la epopeya micénica, que siempre obtiene provecho del amor de las mujeres”. (2)

Este buen “gigoló” quedará con el tiempo fuera del texto.

Muere.

Ella dice que no sufrió, mas bien fue un alivio. El maestro debía morir, quizás nunca vivió, como su padre al que nunca conoció. Gozo ante la muerte. Profundo sujeto del Inconsciente que, como Urano, devora eternamente sin tragarse a sus hijos. No obstante Cronos cumple con sus destino.

Él le enseña lo que no sabía (Goce del gran Otro), que la Pulsión es siempre parcial, parte del Ser de lo Real.

La pequeña “a” retenida eternamente en el borde, antes de su caída final. He aquí un goce de retención. Si cae la “a”, cae una pequeña identidad.

Ella dividida en dos que le hace decir: “Yo soy dos personas, a una la conozco bien, a la otra le tengo miedo y sin embargo me atrae, por eso vengo a verte”.

Ella tiene 39 años. Trabaja en una conocida “boite” de la capital. Posee a su nombre, dos propiedades, un auto, algunas joyas de valor, cuentas en bancos y un nuevo “gigoló” que la administra y protege.

Llegó a Buenos Aires, con dos amigas huyendo de la amenaza de su tío paterno que la había violado hasta los 14 años. Su madre había muerto diez años atrás.

Desde hace algo mas de tres años, con una interrupción de seis meses, está en análisis con dos sesiones semanales. Su producción atraviesa periodos bastantes diferenciados, unos superficiales, anecdóticos, sociales; a los que le sigue otros profundos, densos, confusos. Ese es su estilo; los dos lo sabemos y su Discurso oscila todo lo que necesita.

Después de todo- ella dice- yo soy dos personas”.

Ese después de todo queda resonando y se lo asocia a su deseo de sepultar su pasado. Pero éste retorna cada noche y con él, el “graffiti”. Esa “vedette” textual, instalado en su ocultamiento.

Ella no sabe, obviamente que sabe. Su discurso cuando es transparente se hace opaco y viceversa.

Parecía que es “graffiti”, -metáfora fantasma-, tiene otra historia que retorna como algo vagamente conocido; lo que aparentemente había quedado a fuera, está adentro.

Dialéctica del Deseo.

Metáfora que revela que:

El objeto visible no tiene una falsa transparencia (en el sentido de que cae bajo de los sentidos), sino en virtud de su participación en la de la imagen de su propio cuerpo. Este es el modelo de toda transparencia y lo que se transparente en ella soy yo (moi. Pero basta con esta imagen se desligue de su inserción en él yo (“je”), universal y se vaya, si así puede decirse, para que de ello resulte una extrañeza que confina con lo inefable”. (3)

Extrañeza que ella sentía como desde otro mundo, lo que le hacía actuar como una muñeca automática, suave pero penetrantemente repetida como la Olimpia de Nataniel.

Recordando, recordando, mi tío me dijo una vez que para ser mujer en la cama había que ser bien putita”.

Momento en el que el mundo de los fantasmas queda sometido al Principio de Realidad sin perder su categoría irónica. Ella misma asocia el “graffiti” con lo dicho por su tío (figura subrogada del padre muerto). Muerto por desconocido, ya que es propio del desconocimiento que uno no sé de cuenta que desconoce. Él yo cae en su imaginario y el saber sigue perteneciendo a la oscuridad.

Se “hace” aquí verdad (ya que la verdad es una construcción de necesario valor yoico) que uno no busca, sino que encuentra. Algún pintor ya lo señaló hace algún tiempo.

Se hace también verdad el Edipo que se arranca la posibilidad de ver, pero de lo visto no hay recuerdo?. Recuerdo de lo siniestro, formado de la represión.

Ella, Alicia, es una súbdita del proceso primario: idénticamente idéntica al mismo objeto, al mismo momento. Reina del fracaso.

Entonces aparece el recuerdo de la noche en la que fue violada. Violación que retorna como angustia, angustia que la sitúa en un análisis al que levemente provee de encuentros con lo Real.

Desde este Real, que como el anillo de Policrates vuelve con cada pescado (cada cliente), los que son para ella “un buen bocado”. Al estilo de los grabados eróticos de las cavernas (4) que tenían como propósito favorecer el éxito de la agricultura, la cría de ganado y la caza, el “graffiti” vuelve desde la oscuridad (uno de sus terrores), motivos no le faltan, para sostener el Goce.

Es condición “sine que non” que sobrevenga la oscuridad, la “intempesta notte”, siniestra hora de la noche, para que aparezca lo que ella llamaba terrorífico. Nosotros decimos: “un-heimlich”= siniestro – espectral – espeluznante, versus de “das Heimlich”= intimo – cómodo – conocido, lugar en donde ella “se mostraba”, domesticada, servicial, acostumbrada a decir que sí.

Ambos son antónimos. Su unidad contradictoria se da en el “um” que para Freud es el signo de la Represión.

Es ese “graffiti” y su protohistoria lo que vuelve como texto perdido........................., compulsivamente recobrado por los ojos de esta lectora desmesurada, que la marcó con la brutal fuerza de un significante que detesto utilizar.

Como las cosas pueden ser siempre y cuando sean nombradas por su “nombre verdadero”, fue el día en que ella asocia, un día de triunfo sobre lo siniestro.

Ella conoció y rompió el núcleo sigiloso de lo oculto.

Ese día ,mejor dicho esa noche, ella no fué a trabajar.

No apareció el Doble. Esa noche ella no fue la otra, la “Belle de Nuit” gatita amorosa – vendedora de ilusiones – violadora de hombres en pleno goce de impostura.(¿)

Esa noche la repetición, “profunda demonia”, generalmente superior al Principio de Placer, no pudo aparecer en escena. Un severo significante había desmontado cualquier arista escandalosa.

Esa noche, sesión de casi cuatro horas, sesión trasnochada, transgredido el tiempo sacralizado, nos pudimos preguntar:

¿Qué había detrás de sus suspiros fingidos? = Agresividad y ¿dentro de ésta?

Recuerdo que Lucien Israel (l979)dice: “gozando con su no-toda, la agresividad es un término que debe ser vaciado por que constituye un tapón”. (5)

Y digo: Agresividad = palabra pantalla donde se estrellan los múltiples sentidos históricos del hombre.

Agresión que le permite el goce desde uno de los bordes de la venganza, decirle a todos que los ama, a uno por uno, lo que equivale decir no amar a nadie. No sentir ninguna contracción a lo largo de su genital durante el tiempo de su profana y odiante actividad, la que ella sacraliza bajo una oculta Afrodita porteña.

Aquella antigua prostitución sagrada cuyo objeto era el amor, llega a transformarse en un eterno circuito del odio, donde la Gran Metáfora ganará su batalla. Digo “Gran Metáfora” a la Muerte donde Cupido (frágil y grave), tira su ultima y resistente flecha.

Cuando Ella, como el/la inquietante Jano, muestra la otra cara, la nocturna, maquillada una y otra vez, marcada por el penúltimo espejo de aquel laberinto de unívoco camino nos dice a las claras que no hace falta el hilo de Ariadna, aquí los Teseos (Deseos) sobran. Si hay sobras, si hay restos, son los hombres-clientes , que para ella “esos pobres animalitos que quedan tan desprovistos” son todos iguales .Las únicas diferencias serian, que algunos “son flacos, otros gordos, algunos lindos, otros feos". El Afecto permanente en el Infierno.

Es un rito sacrificial – repetición de lo que no puede ser -, multiplicación de Medusa, “mise en scene” de la Magna Mater atrapada en las fisuras de su “fading”. Evanescente figura de mujer que busca constantemente una representación.

Representación que como urticante fantasma ríe, con la misma articulación impasible del gato de Cheshire.

Ella es la misma Alicia (no en un país de maravillas, sino de enigmas concertantes) la que, con los ojos heridos contempla, sorprendida y vacilante, su propia Ausencia.

G R A F F I T T I

Ejemplos de “graffiti” encontrado en los baños de mujeres de distintos locales públicos de Buenos Aires:

- Te doy todo el placer. Llámame al Nro......

- Sucia sos y roñosa, cuando piensas en la cosa.

- a) Puta, ¿para qué lees esto?

- b) Puta, ¿para qué lo escribiste?

- c) ¿ Por que no se van las dos a la puta que lo Parió?

- M.Thatcher es la madre de todas las putas. (Frdo: Isabelita)

- Nena, compra vibradores, son mejores y más limpios que los hombres. (Belmont)

- Si te dejo un beso, ¿vos que me das?

a) Un trompazo.

b) Yo nada, por que no me gusta tu letra.

- ¿Cuánto cobras?

a) Yo lo hago por amor

b) Yo por un pan con dulce de leche

- La dueña de este local es una tortillera

a) Y vos como lo sabes?

b) Me lo dijo tu hermana

- Eva era mas hembra que Isabel, yo me encamaría con las dos!!

a) ¿Quién sos, Perón?

- Mañana digo basta! Silvina Burra

- ¿Qué te complace más?

a) que te mueras

- Nena regresá pronto a casa. (Firmado: la mamá de Caperucita)

(en la misma puerta)

a) Los hombres son todos unos lobos.

b) Vos, por que no me conociste!! (Firmado : la leñadora)

- Quien no llora, no mama. (Firmado: Mama mia)

Nota: Obtenidos de diferentes sitios de Buenos Aires – Capital y suministrados por mujeres de diferentes “inclinaciones” sexuales.

CITAS

(1) Barthes, R.- El placer del texto, México, Edit. Siglo XXI, 1980, p. 21.

(2) Confr. Choisy, Maryse – Psicoanálisis de la Prostitución, Buenos Aires, Edit. Horme, 1964.

(3) Bribbing, E. – Un modelo de objeto, Buenos Aires, Edit. Proteo. 1984, p. 19.

(4) Confr. Freud, S. – Eliade, M. - Choisy, M.

(5) Israel, L. – El goce de la histeria, Buenos Aires, Edit. Argonauta, 1979, p. 27.

Jorge Garzarelli es doctor en Psicología por la Universidad del Salvador. Profesor Titular de la Cátedra de "Psicología de la Religión" en dicha casa de estudios. Desarrolla múltiples actividades académicas, además de ejercer como analista en la práctica privada. Su tesis doctoral, de la cual el texto reproducido forma parte, se titula: "El mito: acerca de su producción en el inconsciente" (1987). Es autor, además, de los libros "Psicosociología del Turismo" y "Psicología del Deporte".

viernes, 18 de agosto de 2017

La importancia de la psicología de la religión

Francois Boucher, "El matrimonio de Eros y Psiqué", 1744

"La importancia de la psicología de la religión", por Juan Manuel Otero Barrigón

La riquísima mitología griega nos cuenta que Psique era la bella hija del rey de Anatolia. Al verla pasar, la gente se arrodillaba a adorarla como si de una divinidad se tratase; y por adorarla, no volvían a pisar los templos de Afrodita, la mismísima diosa de la belleza y del amor. Así, invadida por los celos, Afrodita ordenó a su hijo Eros que flechara a Psique, de manera que la princesa se enamorara perdidamente del monstruo más espantoso sobre la tierra. Salió de este modo Eros a realizar el encargo de su madre, intento infructuoso, ya que al contemplar a Psique, también él se enamoró de la joven princesa. Fue por eso que pidió a Céfiro, dios del viento del oeste, que transportara a Psique al lugar que le indicaría. Y cumpliendo con el encargo de su amigo, Céfiro levantó a Psiqué del sitio donde yacía dormida, transportándola suavemente hacia el interior de un jardín arbolado, a la vera de un palacio majestuoso. Consolada por una suave voz, Psique hizo de ese palacio su hogar. Por las noches, cuando la princesa se sumía en blando sueño, la oscuridad la despertaba con la visita de Eros, con quien compartía lunas de pasión. El divino arquero sólo había impuesto para ello una condición: Psique no intentaría descubrir su identidad, ya que de hacerlo, perdería su compañía para siempre. Sin embargo, y asaltada por la curiosidad, una noche Psique se acercó a su amante dormido sosteniendo la luz de una vela, desafiando su advertencia. Anodada al descubrir la belleza de su compañero, dejó caer una gota de cera sobre el cuerpo desnudo de Eros, quien despertó, visiblemente decepcionado. Tras recordarle la promesa que la joven había asumido, Eros abandonó a Psiqué, quien desesperada, salió a implorar a los dioses el regreso de su amante. Y fue así, que abatida como estaba, Psique acudió directamente ante la misma diosa del amor, poniéndose a su servicio, con la esperanza de recuperar a su amado inmortal. Afrodita propuso a Psique una serie de pruebas dificilísimas, que intuía que la joven no sería capaz de realizar. Tal era el precio impuesto por la diosa para que los amantes pudieran reencontrarse. Sin embargo, y con la ayuda de diferentes seres, Psique iría cumpliendo una a una las distintas tareas, conmoviendo a Eros, quien finalmente elevaría a la princesa hasta el monte Olimpo, para desposarse con ella. Este evento lo encontramos inmortalizado en distintas obras de arte, como la famosa pintura de Boucher, “El matrimonio de Eros y Psiqué”.

La palabra Psiqué deriva del sustativo griego ψυχή, que alude en un primer momento al soplo, hálito o aliento que exhala el ser humano al morir. Ya que se creía que ese aliento permanecía en el individuo hasta su muerte, ψυχή representaba también a la vida. Para los griegos, cuando la psique escapaba del cadáver, llevaba una existencia autónoma: la metaforizaban como una figura antropomorfa y alada, un doble o eidolon del difunto, que generalmente se dirigía al Hades, donde pervivía de modo lúgubre y fantasmal. Según cuenta muchas veces Homero, es propio de la psyché salir volando de la boca del que muere bajo la forma de una mariposa (que en griego se escribe también psyché), en alusión a las alas de la mítica princesa. Vemos así que Psique, de donde se origina la palabra Psicología, significa al mismo tiempo alma y mariposa, siendo esta última representación de la primera.

Por otro lado, la palabra terapeuta proviene del griego θεραπευτής, nombre con el cual los griegos designaban a los servidores de los templos y los dioses, y también, al seguidor de un dios concreto. Además, en el mundo hebreo, terapeutas fueron con toda probabilidad, un colectivo judío de la diáspora, cuyo nombre aludía a las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma, con cuyo ejemplo podían luego ayudar a curar a los demás.

He aquí entonces que dos nociones tan densamente significativas para nuestra identidad profesional, psicología y terapeuta, tienen sus orígenes en un contexto religioso/mitológico/espiritual, en el interior de un paradigma donde dichas realidades se concebían de manera holística y siendo parte integrante de una misma realidad, tan lejos de los reduccionismos y de las “especializaciones” que caracterizan al campo del saber en nuestro mundo contemporáneo . Tal como señalara el filósofo transpersonal Ken Wilber, el devenir histórico de la psicología como ciencia empírica fue olvidando en el camino la vieja idea de que las raíces de la psicología se hunden en las profundidades del espíritu humano.

En el capítulo Facetas del alma contemporánea, de su obra “Los complejos y el Inconciente”, el psiquiatra suizo C.G. Jung señalaba, en alusión al siglo XIX, que “se asiste al nacimiento de una psicología sin alma, bajo la influencia del materialismo científico…”.

Es en este contexto que resulta oportuno destacar la importancia que los conocimientos e investigaciones relacionados con el campo de la psicología de la religión tienen para todo profesional que se dedique a la práctica clínica, independientemente de cual sea su modalidad de trabajo particular, y el encuadre teórico en el cual ancle su ejercicio terapéutico.

Sostener la necesariedad de integrar la dimensión religiosa y/o espiritual a nuestra mirada y práctica clínicas, supone cultivar, ante todo, un pensamiento sistémico expresado en el paradigma de la complejidad. Y esto debido, sobre todo, a que dicho paradigma nos permite concebir y pensar a la persona humana bajo prismas diversos, conjugados en una mirada o visión polinucleada, lejana a cualquier simplificación. En tiempos en los cuales distintas voces se alzan cuestionando la pretendida hegemonía impuesta por cierto reduccionismo biologicista en la comprensión del hombre, oponer a ello un psicologismo igualmente reduccionista, constituye una salida estéril. Y es que nuevamente, en palabras de C.G.Jung, “en virtud de que la religión constituye ciertamente, una de las más tempranas y universales exteriorizaciones del alma humana, sobrentiéndese que todo tipo de psicología que se ocupe de la estructura psicológica de la personalidad humana, habrá por lo menos de tener en cuenta que la religión no sólo es un fenómeno sociológico o histórico, sino también un importante asunto personal para crecido número de individuos.”

Lejos de la “muerte de Dios” que había decretado Nietszche, observamos desde hace tiempo un nuevo renacer de la vía religiosa como herramienta con la cual hombres y mujeres intentan lidiar con las exigencias, incertidumbres, ansiedades y dificultades que sobrevuelan este mundo líquido que habitamos. También, como un modo de abordar el vacío existencial que tantas personas experimentan, y la necesaria búsqueda de sentido constitutiva de nuestra subjetividad. Amén de que, y por razones socioantropológicas que exceden los límites de esta reflexión, dicha vía ya no se exprese tanto, como en otros tiempos, bajo el vasto paraguas que otrora suponían las religiones institucionales, sino a partir de búsquedas individuales, libres de mediaciones, pero búsquedas al fin.

No obstante ello, aún resulta evidente que los momentos trascendentales de casi toda la humanidad siguen enhebrados con la presencia de diversos ritos y prácticas religiosas: el nacimiento, las uniones, las iniciaciones y hasta la misma muerte, llevan el sello de distintas tradiciones religiosas y espirituales impresoras de sentido, cuya génesis se extiende hacia las profundidades de la psiquis, aún cuando conscientemente pudiéramos exhibir una actitud contraria a toda forma de confesión.

Por otro lado, la relevancia que para muchas personas ha adquirido la consulta psicoterapéutica, también ha dejado al descubierto la función religiosa y ritualística que esta puede llegar a cumplir: palabras, señalamientos, interpretaciones y silencios del psicólogo que llegan a funcionar como portadores de mensajes cuasi divinos para algunos pacientes, vectores organizadores de la vida de aquel que acude a la consulta.

Lo contrario es más conocido. Creyentes que acuden a su referente religioso en búsqueda de alivio a sus angustias y problemas, superponiéndose muchas veces la actividad ministerial con la asistencia psicológica que eventualmente dicho ministro es capaz de ofrecer.

Psicoterapia y religión no son, en este sentido, incompatibles. Una y otra, dentro de los territorios que les son propios, responden a la pluralidad de búsquedas que el ser humano es capaz de aventurar. Sostener lo contrario llevaría, al terapeuta o analista, a transgredir los límites éticos que suponen la actitud de respeto y comprensión frente a las elecciones vitales que realizan nuestros pacientes. Por supuesto que, la vida religiosa, también es susceptible de ser expresada, por diversas causas, psicopatológicamente. Allí sí será dable intervenir, ya sea ayudando a nuestros consultantes a liberarse de formas anquilosadas y estereotipadas de religiosidad, como a descubrir aquellas máscaras que, encubiertas en diversas sintomatologías propia de una vida religiosa inmadura, pueden atentar contra el pleno despliegue de sus facultades y potencialidades creativas. En todo caso, la evaluación por parte del profesional deberá ser cuidadosa, atendiendo a la singularidad del caso.

En su excelente libro “La importancia de la religión”, el recordado historiador Huston Smith señalaba que las cosas perdieron su profundidad y su magia cuando se impuso la visión científica del mundo, y quedaron así amputadas las raíces simbólicas de nuestro pasado. Pese a ello, todos conservamos un profundo anhelo de hondura y trascendencia, un “agujero con forma de Dios”, al decir de Blaise Pascal. Es este el motivo por el cual aún hoy la “religión” sigue siendo un tema relevante. Esto es incluso visible aún en aquellos casos en los cuales la posición personal consciente quizás sea irreligiosa. Víktor Frankl, el célebre padre de la logoterapia, hablaba de la “presencia ignorada de Dios”, que puede hacerse sentir en aquellos que, desdeñosos de toda forma de tradición espiritual o religiosa, apuestan por otro tipo de discursos con pretensiones igualmente totalizadoras, dando cuenta de ese impulso trascendente. El sabio suizo de Zurich decía que “a un hombre puedes quitarle sus dioses, pero sólo a condición de ofrecerle otros a cambio”. En nuestra época, por ejemplo, la ideología cientificista tan en boga en los últimos años, ha funcionado muy bien como alternativa sustitutiva en este contexto. Sin embargo, y más allá de los innegables beneficios que reporta y que ha reportado la ciencia a la humanidad, esta no es capaz de proveer un sentido global último a la existencia humana, ya que ello excede su función.

Como psicólogo de la religión, comúnmente advierto en mi práctica docente, cierta extrañeza inicial de muchos alumnos para quienes hablar de “lo religioso” en la carrera de psicología resulta, cuanto menos, llamativo o fuera de contexto. Afortunadamente, esta impresión remite con el transcurrir de los encuentros. De a poco nos vamos deslizando hacia un paradigma más integrador, orientado a una mirada que contemple la multidimensionalidad propia de la experiencia humana. En este sentido, la psicología de la religión en tanto disciplina aplicada, tiene mucho para aportar respecto a un ámbito tan constitutivo de la subjetividad. Ello supone, en primera instancia, el desafío de enfrentarnos cara a cara con nuestros propios prejuicios, y con nuestras actitudes de base hacia lo religioso y lo espiritual. Y es que si existe un proverbio que debiera regir la actividad de todo profesional, analista o psicoterapeuta, es aquel atribuido a Plubio Terencio Africano, cuando afirmaba: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”; Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno.

Bibliografía:
- Frankl, Víktor. La presencia ignorada de Dios. Editorial Herder, Barcelona, 2006.
- Jung, Carl Gustav. Psicología y Religión. Paidós, Barcelona, 1998.
- Jung, Carl Gustav. Los complejos y el inconsciente. Alianza Editorial, Madrid, 2008.
- Otero Barrigón, Juan Manuel. Temas de psicología de la religión. Disponible en: http://www.psicologia-online.com/ebooks/temas-de-psicologia-de-la-religion/
- Smith, Huston. La importancia de la religión. Ed. Kairós, Barcelona, 2002.
- Wilber, Ken. La visión integral. Ed. Kairós, Barcelona, 2008.

Juan Manuel Otero Barrigón es psicólogo. Ejerce como terapeuta en la práctica privada. Profesor adjunto en la cátedra "Psicología de la Religión", en la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Coordina la Red de Estudios Religarey es autor del libro: "Threskéia y Psyché: Temas de psicología de la religión". 

viernes, 11 de agosto de 2017

C.G.Jung y el hombre contemporáneo: dos reflexiones

"Jung", por Vincent Michel Dupuid

I

"Suele creerse que Jung en sus propuestas privilegió sobre todo a la instancia que denominó "inconsciente colectivo". Por supuesto nadie duda que es uno de sus principales capítulos de sus teorizaciones, pero también encumbró a la consciencia, demostrando que tenía aspectos tanto racionales como irracionales, siendo esta función la promotora que otorgaba sentido y significado a la existencia humana. Sostenía que el hombre moderno enferma precisamente por la falta de sentido en su vida.
Hace tiempo que el hombre ha seguido un camino equivocado. En épocas pasadas poseía sus "ciudadelas" que le otorgaban cierto grado de seguridad psicológica a su vida; la creencia en un espíritu creador y en un alma viva (psique) no era materia de discusión.
Hoy, la razón, alimentada en frases como la de Descartes: "pienso, por lo tanto existo" y completada hasta el paroxismo por la llamada Ilustración, conmovió a dichos cimientos. Lo notable, es que nadie puso en duda esta frase porque convenía a la idea de relegar y silenciar los conceptos mencionados.. Nadie pareció advertir tampoco que para pensar primariamente hay que "existir".

II

"Por otro lado, me gustaría recordar una reflexión de Jung en la que crítica a cierto dogma, el que ya por su época hacía de las suyas a nivel académico, es la que dice así: " las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro". Como lo señala, es un hecho antiguo, un residuo del materialismo de los años 70 del siglo XIX y se ha convertido en un prejuicio injustificable que podría frenar cualquier avance, cualquier estudio de esta fenomenología, pero desde otras miradas. Y agrega: "incluso, aunque fuera verdad, eso no es ningún argumento en contra de la investigación del aspecto psíquico de la enfermedad". Dice el investigador: "Nunca se ha demostrado y seguramente no se podrá demostrar, que todas las enfermedades mentales sean enfermedades cerebrales; de lo contrario, también debería poderse demostrar que el hombre piensa o actúa de esta manera o de otra, porque ciertas proteínas se han destruido o se han formado en otras células". Una visión semejante y con la cual coincidimos totalmente, nos conduce directamente al evangelio materialista: "el hombre es lo que come"

Dr. Néstor Eduardo Costa, analista jungiano, presidente de AFIPA

viernes, 4 de agosto de 2017

Sobre misticismo y psicopatología...


"El hombre desea, aspira a la unificación con el/la amado/a, unio mystica. La beatitud inmediata que procuran esas imágenes del sueño hace que deseemos reproducirlas durante el día, en la verdadera vida de todos los días. ¡Ay! Todavía debemos llevar el auto al lavadero...cortar el cesped...El hombre normal no lo logra, sólo el hombre anormal, el hombre excepcional lo consigue. No obstante, el relato de sus experiencias nos muestra este estado tan deseado bajo otra luz. Encontramos tales relatos donde de repente no los esperamos, particularmente en los místicos: Hadewijch, San Juan de la Cruz, Ruysbroeck, incluso Pascal. Todos hablan, en efecto, de unificación. Y en sus descripciones vuelven a aparecer constantemente los mismos rasgos. Primero, una presencia inmediata de algo, designado como Dios en la mayoría de los casos. Segundo, la posición pasiva: el místico o la mística no tienen la posibilidad de introducirse en forma activa. Y tercero, la experiencia es inefable: no podemos ni decirla ni describirla. Esta experiencia es una experiencia de extremo dolor y de goce que -característica que encontramos sistemáticamente- devora al individuo. Él mismo, en tanto individuo, deja de existir. Encontramos una descripción -o hay que decir apreciación-diferente en el dominio de la psiquiatría. Este estado de unificación con el entorno original, separado de todo retroceso reflexivo, es la psicosis alucinatoria, este ensueño nocturno del que el sujeto no puede, o puede apenas, despertarse. La diferencia principal con el misticismo es que aquí no hay beatitud, sino una angustia apenas nombrable". 

Paul Verhaeghe, "El amor en los tiempos de soledad", p. 68/69.