sábado, 27 de agosto de 2016

Y el Arcano Imposible (por Ana Silvia Karacic)

"El misterio del lago", de Tom Shropshire


Y el Arcano imposible

El viento sopla donde quiere, y
Oyes su voz; mas no sabes de dónde 
viene ni adónde va. Así es todo el que
ha nacido del Espíritu” (Jn, 3, 8)

De los cientos de enigmas que te rodean, de los misterios y arcanos que te envuelven sin dejarte respirar, hay uno que te persigue desde la eternidad. Escrito está tu nombre en el libro de la vida y en el de la muerte al mismo tiempo. Lo supiste luego de muchos años de encierro y lectura inútil, de búsquedas infructuosas en anaqueles polvorientos y de insomnios aterradores.

Sencillo es ahora comprender la ambigüedad de tu existencia, tu estar y no estar, tu ser y no ser. El alma sabe esas cosas, el cuerpo las sufre sin comprender.

Y hurgaste en lugares prohibidos en pos de las líneas que te revelaran el misterio de tu vida y visiones. Recorriste ciudades en ese medioevo tardío que no entendieron tus razones ni tu ensueño. Ni los más doctos pudieron darte lo que buscabas. La respuesta está en el agua, dijo alguien.

Supiste que un Árbol crecía en medio de las estepas de Asia, y que sus hojas llevaban impreso el nombre de los Vivientes, y lo buscaste sin resultado para encontrar, en sus hojas, aquella que llevara tu nombre. Te hablaron del Gof y de los pájaros-alma que moran en él, y lo buscaste en tus visiones para saber, si alguna vez, el aleteo de un ave cesó para posarse en un niño con tu nombre. Nunca lo encontraste.

Un cabalista te habló del Ámbito de la Transformación en el reino inefable de lo Trascendente, te habló de Elías y de Enoch y de sus susurros sabios a la humanidad dormida. Aguzaste el oído, pero nada escuchaste.

Un monje que sería quemado en la hoguera, te habló de los infinitos mundos y de lo divino que moraba como carne en el universo todo. Intentaste seguirlo y viste sus libros quemarse junto con su cuerpo, y tus pasos te llevaron lejos.

En la disparidad del tiempo, y trascendiéndola, buscaste al Metatrón de John Dee, y viste su verde esmeralda aparecer frente a ti. Sentiste el miedo corroer tus huesos ante la ambigüedad del Ángel, quisiste iniciar ese camino también, pero la sed no saciabas.

Recorriste jardines laberínticos en la Italia renacentista, y contemplaste estatuas que parecían surgir como paridas de la tierra. Entendiste su significado, pero no fue suficiente.

Te hundiste en el simbolismo mandálico de las catedrales, y buscaste hasta el cansancio las antiguas creencias que dieron forma a la oscuridad de sus cúpulas, y a la luz refractada en sus vitrales. Los viejos misterios volvieron a aparecer, los textos ocultos, los secretos de siglos, los símbolos inalcanzables...

La búsqueda... para quien sabe verla, es en sí misma un arcano y un sino del que no se escapa. Uno que nunca podrá ser revelado porque su esencia es el secreto y el misterio, porque su meta no tiene fin y su principio no ha nacido.

Buscas, y no sabes lo que buscas, el arcano imposible, inalcanzable. Está en tu ser, es tu esencia y tu destino, pero escapa de ti la comprensión de su oculta presencia en la médula de tus huesos.

Y así seguirás, hasta que la hoja que lleva tu nombre caiga del Árbol en un atardecer cercano, y sea barrida, como tantas... por el viento de la estepa.

A.S.K.Enero 2008

Ana Silvia Karacic es orientalista, pintora y escritora. Especialista en mitología y religiones, ejerce como profesora titular, entre otras, de la Cátedra de Religiones Comparadas en la Universidad del Salvador. Ha publicado los libros: "El pueblo de la Bruma. El ciclo mitológico irlandés" y "Las religiones de Japón", ambos textos de tenor académico.

martes, 23 de agosto de 2016

La necesidad espiritual de crear

"El pintor", de Honoré Daumier (1808–79)

La necesidad espiritual de crear

por Juan Manuel Otero Barrigón


Toda creación nace de una idea. Una idea que al germinar, crece, se hace fuerte y poderosa. El ser humano, al advertir el nacimiento de esa idea, descubre su no existencia en el mundo circundante. Experimenta la soledad y el desvelo de saber que hasta ese momento, esa idea solo es real para él, en su intimidad. Su impulso a manifestarla, a compartirla con el mundo, a ponerla a disposición del conocimiento de otros seres, determina su necesidad de encontrar el medio adecuado para su expresión. En virtud de la fuerza que tenga esa idea, se verá impelido a ir en búsqueda de la técnica o herramienta que posibilite su concretización. Encontrado el canal, la idea se condensará en la forma de Obra, apareciendo ahora frente a él en su existencia objetiva. Nacerá así el artista, fruto del logro por satisfacer su necesidad de expresarse “desde adentro”, religando la riqueza de su mundo interno con los elementos materiales que lograron reflejarlo de modo perceptible para los sentidos.

El arte, cuando es producto conjugado de la pura espontánea creatividad y de la autenticidad del autor, aspira a la totalidad. 

Se ríe del mundo o denuncia lo insufrible de este. Es un modo de huir de la vida, o un modo de vida.
 
Es una llamada a la comunión de las personas.

Dice Elie Fauré que: “El arte resume la vida. Penetró en nosotros con la fuerza de nuestro suelo, con los colores de nuestro cielo, y a través de la preparación atávica que lo determina de las pasiones y las voluntades de los hombres que él definió. Empleamos para la expresión de nuestras ideas los materiales que capta nuestra vista y que nuestras manos pueden tocar. Es nuestro lenguaje, y sólo él, el que asume y retiene la apariencia de lo que, a nuestro alrededor, impresiona de modo inmediato a nuestros sentidos. No le pediríamos al arte que nos enseñara la historia si no fuese más que un reflejo de las sociedades que pasan con las sombras de las nubes sobre el suelo. Pero es que él nos relata al hombre, y al universo a través de él. Sobrevive al instante, ensancha el ámbito de toda duración y comprensión humanas, de toda duración y la extensión del universo. Fija la eternidad movediza en su forma momentánea”.

Podemos ver el arte y el concepto de lo bello como fruto de una construcción social o de un intento de generalización del gusto estético. No obstante, persiste la sensación de que algo queda por fuera, como por ejemplo, el sentimiento que nace interiormente cuando nuestros sentidos se enfrentan a una pintura, una poesía, o una canción.; sentimiento que nos lleva a exclamar: “¡Qué bello, esto es una obra de arte!”. Esto puede venir o no, acompañado de una fuerte emoción, pero intuimos que resuena en algo muy profundo de nosotros y que la mayoría de las veces no logramos expresar apelando al lenguaje verbal. Reza un antiguo aforismo taoísta, que hacer arte es la forma jubilosa de expresarse de un ser tan lleno de belleza dentro de sí, que no tiene espacio suficiente en su interior para contenerla.

Dejando de lado los debates filosóficos respecto a si el arte es pura creación o imitación perfecta de la naturaleza, lo cierto es que el ser humano, en su necesidad de perpetuarse, encuentra en el arte una vía privilegiada que le permite trascender.

El artista, al decir de Kandinsky, es un sacerdote de la belleza, aquella que nace de las regiones profundas de su ser-en-el-mundo. Ordenado en el sacramento del arte a través de sus obras, encuentra un modo de conjurar temores ancestrales, colmando al mundo con sentido pleno. 

En pos de plasmar su singular y personalísima cosmovisión, el artista recurrirá a ese manantial inagotable de imágenes que constituye el lenguaje simbólico. 

Como elementos capaces de transformar y redirigir la energía psíquica, la formación de símbolos se produce todo el tiempo dentro de la psique, especialmente bajo la forma de sueños y fantasías. El valor del arte radica en su condición de ser vía noble y privilegiada para la generación y expresión de símbolos vivificadores, testimonios de la individual peregrinación por los senderos del espíritu.

Hoy día, la misma Ciencia está en condiciones de aportar elementos que nos hablan de la importancia que encierra la creación artística. Así, en los últimos años, hemos podido descubrir que ciertas estructuras de la corteza auditiva sólo responden a tonos musicales; que un área importante del cerebro y del cerebelo intervienen en la coordinación de diversidad de movimientos (como ocurre en la danza); que en las representaciones teatrales, regiones del cerebro especializadas en el lenguaje verbal conectadas con el sistema límbico, aportan el componente emocional; y que nuestro sistema de procesamiento visual genera imágenes reales o ficticias con la misma facilidad, algo de considerable valor para las artes visuales.

El acto de crear, podemos ver, no sólo nos religa espiritualmente con nuestro micro y macrocosmos. También esa misma comunión se refleja hasta en el mismo ser material y anatómico que somos, haciendo honor al origen más puro de la palabra arte, que reencuentra al ser humano en la multidimensionalidad de su ser.

La necesidad de crear será, de este modo, principio de unión y de libertad. Solamente puede crear auténticamente aquel que en un ejercicio de despojo de sus condicionamientos e inhibiciones, se anima a navegar por el mar de lo desconocido por descubrir.

El artista se transmuta entonces en imaginero, que internado en la selva creativa, descubre en el arte su sentido íntimamente religioso, y tantas veces redentor.

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(Este texto íntegra uno de los capítulos del libro: "Thréskeia y Psyché: temas de psicología de la religión")

viernes, 19 de agosto de 2016

Parapsicología, ciencia y religión: “Si fuera verdad tanta belleza” (por Juan Gimeno)

"Galileo ante la Inquisición", óleo de Robert Fleury

Parapsicología, ciencia y religión: "Si fuera verdad tanta belleza"
* por Juan Gimeno


“Pues habiendo dado Dios a cada hombre alguna luz con qué discernir lo verdadero de lo falso, no hubiera yo creído un solo momento que debía contentarme con las opiniones ajenas”.

Discurso del Método. René Descartes.


A lo largo de la historia, el hombre ha desarrollado diversas estrategias para construir conocimiento y resolver sus problemas. Cuando obedeció al principio de autoridad, confió en los que declaraban ser dioses o estar en contacto con ellos, en los que realizaban prodigios, en los que publicaban sus textos en letra impresa y, últimamente, en los nuevos dioses que trabajan en la televisión; en cambio, cuando el pensamiento crítico dejó de aceptar lo que no se pudiese probar, nació la ciencia con sus métodos, estrella de nuestro actual paradigma materialista.

Es evidente que con los sistemas autoritarios, teniendo a las grandes religiones como abanderadas, se consiguen soluciones más urgentes y completas, aunque la pérdida de la fe o el error en la fuente puede derrumbar todo en un segundo. En cambio, a pesar de que el avance de la ciencia sea alarmantemente lento, cada uno de sus pasos es confiable e inequívoco, al menos para la colección de datos de que dispone, ya que se sabe que una anomalía obligará a que se la incluya tarde o temprano en una ley modificada.

Hacia mediados del siglo XIX coexistían en Occidente la ciencia y la religión, separadas por una brecha que determinaba sus campos de acción. Acordaron voluntariamente, aunque sin que faltaran tironeos por cuestiones limítrofes, que el mundo físico, medible y previsible, fuera descubierto poco a poco por la ciencia, mientras que el mundo espiritual, insondable y siempre huidizo, quedara revelado de un solo golpe genial mediante los libros sagrados.

Esta relación, que para algunos era una unión sincera y para otros sólo un matrimonio por conveniencia, pareció estallar a partir de 1848, cuando la doctrina espiritista se arrogó la resolución de uno de los mayores enigmas de todos los tiempos: aseguraba, tendiendo un extraordinario puente entre ambas, tener pruebas científicas de la existencia de un principio inmaterial, llamado alma, que sobrevivía como espíritu luego de la muerte del cuerpo y se podía comunicar con otros hombres antes de volver a reencarnar en un nuevo cuerpo. Y con la arrogancia de quien se cree dueño de una verdad que cambiará al mundo, llamaba a científicos y religiosos, aunque también a políticos y en general a “todos los hombres de buena voluntad”, a sumarse a las sesiones y comprobar personalmente las evidencias que entregaban los mediums.

Este guante lanzado a la cara del statu quo tuvo diversas repercusiones, desde la indiferencia hasta la conversión, incluyendo la burla o la discusión honesta. Hasta el día de hoy se han escrito incontables páginas por quienes aceptaron observar los extraños fenómenos, y en muchos casos también por los que opinaron por boca de ganso. De todo ese material se eligieron un artículo (Lob Nor, 1915) y un capítulo de libro (Mariño, 1963), que tienen la particularidad de haber sido escritos en forma independiente por autores distintos, aunque describiendo una misma situación.

Hacia 1885 actuaba en Buenos Aires una poderosa médium, la primera nacida en este territorio, llamada Estela Guerineau. Por entonces se realizó una reunión especial organizada por los firmantes de los textos mencionados: Cosme Mariño, fundador del diario La Prensa y presidente de la sociedad espiritista Constancia; y el Capitán de Fragata Federico Washington Fernández, redactor de La Nación y fundador en 1901 de la primera logia teosófica de la Argentina, que se escudaba tras el seudónimo de Lob Nor. Entre los invitados estaba el senador nacional Aristóbulo del Valle; el general de división Francisco Bosch, que ya había sido gobernador del Chaco y luego sería diputado nacional; los terratenientes Roberto Cano y Felipe Senillosa; y los abogados José María Rosa y Abel Pardo, quienes participarían activamente en la creación de la Unión Cívica y en la Revolución del Parque.

Pizarra utilizada en las sesiones con Estela Guerineau

Lob Nor relata que en una sala bien iluminada, luego de ser revisada a discreción ante posibles engaños, con la médium vigilada a izquierda y derecha, firmaron una hoja de papel e hicieron con ella una bolilla, para inmediatamente observar que: “Empezó a volar por el espacio como si fuera una mariposa, abandonando el vuelo cuando se le pedía que así lo hiciera. Al caer el papel sobre la mesa, verificábamos que era el mismo que habíamos firmado” (Lob Nor, 1915, p. 11). Ambos textos describen a continuación en forma casi idéntica que, luego de que Guerineau tocara con dos dedos una pesada mesa, sobre la cual se había colocado una maceta con la ayuda de tres de los presentes, ésta se elevó entre tres y cuatro pulgadas del piso. Pero aún quedaban prodigios. Del Valle y Lob Nor sostuvieron una pequeña pizarra de mano con un lápiz encima, similar a la utilizada por entonces por los niños en la escuela; al poco tiempo, “el lápiz se puso de punta sobre la pizarra, como tomado por una mano invisible y escribió un pensamiento cariñoso dirigido al doctor del Valle. El pensamiento estaba firmado por una persona fallecida con quien aquél había tenido relación y la firma era igual a la que usó en vida” (Lob Nor, 1915, p. 11). Mariño completa que el nombre del firmante era Vicente López y Planes, fallecido en 1856, y agrega que Del Valle, siempre exigente, pidió que apareciera escrita en la pizarra una palabra meditada en silencio por él y otra por Bosch, resultando que: “Del Valle había pensado en un nombre muy difícil: Vercingetoris, y el general Bosch en un caballo de carrera, no recuerdo el nombre. Ambos nombres aparecieron en la pizarra” (Mariño, 1963, p. 105).

Esta sesión es una de las más ampulosas que se conocen. Hay otras similares en las que los visitantes eran académicos de una universidad que recién comenzaba a organizarse, aunque las opiniones posteriores fueron similares y grafican las tendencias que siguen en pugna. Mariño relata que ya en plena calle se inició una acalorada discusión sobre lo que habían observado; Rosa era el único que, a pesar de haber realizado los controles necesarios, aseguraba que “debe haber algún truc [sic] que a primera vista no nos ha sido dado descubrir” (Mariño, 1963, p. 106). Por su parte Fernández desafiaba a Del Valle, mientras Mariño asentía en silencio a su lado: “¿Qué piensa usted doctor? Hay fuerzas inteligentes que saben escribir y que firman lo que dicen”. La respuesta del senador no se demoró: “Hasta ahora el mundo no sabe otra cosa que lo que nos enseña la religión, es decir que el alma es inmortal. Es probable que llegue un día en el que podamos penetrar en el mundo de lo desconocido de una manera científica y clara, pero ese día, desgraciadamente, todavía no ha llegado” (Lob Nor, 1915, p. 11).

Es necesario aclarar que en la actualidad es harto difícil contar con un sujeto como Estela Guerineau, aunque sí es posible acceder a fenómenos cualitativamente similares pero de menor intensidad. La actitud de Rosa, de sospechar que se trataba de un fraude aunque todas las evidencias indicaran lo contrario, es lo que propone hoy la ciencia convencional. Insiste con que se trata de fenómenos quiméricos porque ninguna de las leyes físicas conocidas los puede explicar, como si esas leyes fueran inmutables, prefiriendo el carro delante de los caballos, quedando al margen de la polémica. El contrapunto entre Del Valle y los espiritistas es el más promisorio. Mariño y Fernández estaban convencidos de que semejantes maravillas sólo pueden ser causadas por los espíritus de los muertos; sin embargo Del Valle se atreve a avanzar con un pie en cada bote, ya que si bien entiende que los fenómenos son auténticos, le resulta apresurado endilgárselos al más allá y pide tiempo para investigar. En aquella época, su postura era sostenida por científicos alejados de la ortodoxia, que se habían organizado en la llamada investigación psíquica, que luego se la conoció como metapsíquica, para llegar hasta hoy con el nombre de parapsicología. Esta disciplina, utilizando los métodos de la ciencia, ha podido certificar la veracidad de los fenómenos, si bien luego de descartar numerosos fraudes y errores de observación. Ha logrado, bajo condiciones controladas, que un sujeto reciba información no accesible a sus sentidos, o que esté al tanto del pensamiento de otros, igual que en el caso de Del Valle con la pizarra, o mover un objeto sin utilizar fuerzas conocidas, como Guerineau con su mesa y la pesada maceta, o conocer algún acontecimiento del futuro. Pero, poco ha avanzado para resolver el enigma de su origen, prefiriendo mantener abierta la polémica sobre la hipótesis espiritista, ya que los mismos fenómenos que en el siglo XIX se atribuían exclusivamente a los espíritus, durante el siguiente siglo fueron replicados entre personas vivas.

Finalmente, ante la “buena nueva” del espiritismo, la religión reaccionó como tocada por un competidor desleal. El Vaticano, por ejemplo, a través de diversos decretos del Santo Oficio, dogmatizó apresuradamente que se trataba de “espíritus malignos”, prohibiendo la asistencia a las sesiones bajo pena de pecado mortal. Sin embargo algunos creyentes, aprovechando la excepción hecha para la investigación (siempre y cuando no se pusiera en riesgo la salud de los concurrentes), intentaron llevar agua para su molino. El razonamiento era simple: El convencimiento de que no existe en el hombre un órgano responsable de enviar o recibir información para los casos de clarividencia o de telepatía, el problema irresoluble de la inversión de la flecha del tiempo para la premonición o la imposibilidad de la física y la fisiología para explicar la psicokinesis, exigen ampliar los estrechos límites del materialismo, obligando a aceptar un nivel “no-físico” de realidad, también llamado psi, en el cual tendrían lugar los fenómenos estudiados. Y aunque si bien la parapsicología, siempre prudente como Del Valle, llega sólo hasta reconocer la existencia de una mente distinta del cerebro, que opera con leyes que no respetan los postulados clásicos del tiempo y de la materia, sin atreverse a nuevas extrapolaciones, algunos creyentes han visto aquí más que una amenaza, una oportunidad. Porque, razonan con impaciencia espiritista: ¿qué otra cosa sería esa mente sino la misma alma inmortal de la que habla la Iglesia, probada ahora científicamente? Y, todavía más, redoblando la apuesta, en las palabras del sacerdote jesuita y parapsicólogo Enrique Novillo Pauli: “Si la parapsicología muestra la realidad de otra dimensión en el ser humano, el espíritu, no parece extraño o imposible que pueda existir otro Espíritu Superior, llámesele Superpsi, Origen, Dios” (Novillo Pauli, 1984, p. 251).






Espiritismo en Buenos Aires hacia 1929

Al final del capítulo, Mariño reconoce que Del Valle era el más interesado en el espiritismo, aunque siempre buscara sus flancos más débiles para atacarlo, “pues hasta ese momento no veía que la doctrina filosófica tal como la comprendía él, razonable, sublime y lógica, estuviera basada en hechos positivos estrictamente observados por los métodos científicos”, sintetizando su situación con la frase: “Si fuera verdad tanta belleza” (Mariño, 1963, p. 106), esa belleza que la religión nos regala entera y de una sola vez con la condición de que creamos sinceramente en ella, o al menos nos conformemos con esa otra frase horripilante que dice: “En algo hay que creer”. Mientras tanto la ciencia ortodoxa, celosa de sus conquistas, siempre perezosa para adaptar sus paradigmas a las anomalías, prefiere extinguir la cuestión asegurando que “es imposible tanta belleza”. Después de más de 150 años del primer grito espiritista, la controversia persiste, como en las telenovelas exitosas, sin resolverse y sin aburrir.

Referencias

Lob Nor. (1915). Una sesión de fenómenos psíquicos con el doctor Aristóbulo del Valle. El Diario. 14 de octubre de 1915.
Disponible en http://www.parapsicologiadeinvestigacion.com/espiritismo/lobnor/index.html.

Mariño, Cosme. (1963). El espiritismo en la Argentina. Buenos Aires: Constancia.

Novillo Pauli, Enrique. (1984). Los fenómenos parapsicológicos. Buenos Aires: Kapeluz.

Juan Gimeno es investigador de la parapsicología y el espiritismo argentinos. Es coautor de los libros "Cuando hablan los espíritus" (junto a Juan Manuel Corbetta y Fabiana Savall), y de "Naum, Kreiman, la parapsicología y la ciencia" (junto a Dora Ivnisky). En el año 2014 publicó "El buscador de maravillas. Tras los pasos de clarividentes, psíquicos, curanderos (y farsantes) de la Argentina reciente". Dirige el portal http://www.parapsicologiadeinvestigacion.com/ Su e-mail es: jgimeno54@yahoo.com.ar

martes, 16 de agosto de 2016

Experiencia mística y psicopatología (Dra Raquel Bianchi)


Delirio, de de-lirare, "salir del surco al labrar la tierra".
Místico, de mystikós (y a su vez del verbo myo), "cerrado, secreto". 
"Misto" era, en la antiguedad griega, quien había sido iniciado en el conocimiento esotérico de las cosas divinas, comprometiéndose a guardar silencio acerca de ese conocimiento sagrado. De ahí también los cultos mistéricos de la época, como los de Eleusis y los de Dioniso.
Un viejo dicho psicoespiritual dice que la diferencia alegórica entre el derrumbe psicológico y la experiencia mística auténtica, está en que el padeciente se ahoga en las mismas aguas en las que el místico nada.
En el video, la Dra Raquel Bianchi y una interesantísima exposición en la Fundación Columbia de Conciencia y Energía, a propósito de las diferencias entre la experiencia mística auténtica y las psicopatologías.

Estéticas del líder rockero

"David Bowie and the Spiders from Mars", obra de Russell Young


Estéticas del líder rockero, por Juan Manuel Otero Barrigón

Las siguientes son apenas unas líneas aproximativas a un tema que será excusa para futuros desarrollos y elaboraciones. Garabatos que invitan a pensar sobre algunos aspectos propios del universo rock, partiendo de elementos de la psicología y la filosofía del arte.

Reflexionaremos sobre el líder rockero, el frontman que en la Gestalt de una banda musical ocupa el lugar de Figura, encendiendo la mirada de los otros, abrazando el reconocimiento social y la fama.

Desde “Psicología de las masas y análisis del yo” (Sigmund Freud), sabemos que el ser humano busca formar parte de colectivos grupales que le ayuden a lidiar con su sentimiento de soledad; y escapando de ella, conseguir la aceptación de los otros semejantes. Cuando estos grupos posibilitan, además, el establecimiento de lazos afectivos con una figura carismática erigida en el lugar del Ideal, dichos lazos se abren en dos direcciones: los que unen al líder con el grupo, y los que mantienen cohesionado a los miembros del grupo como tal. Dado que una masa es una multitud de personas que han puesto un objeto en el lugar de su Ideal del Yo; a consecuencia de ello, los miembros se identifican entre sí en su yo. Romance con la figura del Líder que otorga sentido y llega a expresar y estructurar, muchas veces, toda una filosofía de vida.

Hablamos aquí del Líder, que en nuestro caso, es el líder rockero. Líder cuya presencia es demandada por el público. Líder que en su búsqueda de éxito y/o fama, teje en torno a sí mismo un imaginario y una mitología, anzuelo cautivante para quienes se sienten convocados por la historia que refleja su personalidad.

Las personas que experimentan el deseo avasallante de ser ampliamente conocidas por gente extraña son diferentes de aquellas otras que buscan dinero e influencia. Su sed de fama parece enraizarse en un anhelo distinto, cuyas raíces pueden seguirse hasta llegar al deseo de aceptación social, a la búsqueda de seguridad existencial y trascendencia histórica.

Para ello, y conforme a su personalidad individual, a sus objetivos y a la narrativa que pretenden crear en torno a sí mismos, se afianzan en un determinado papel; a veces como juego momentáneo, a veces como expresión auténtica de su singularidad, a veces como mero ejercicio de teatro. El problema, en todo caso, surgirá cuando se pierda la diferencia entre personaje y persona, especialmente si la una está muy distante de la otra. Los líderes de rock alimentan su personaje, en los mejores casos gobernándolo, en otros, siendo gobernados por él.

En este camino, muchos rockeros construyen en torno a sí mismos, y más o menos concientemente, una determina imagen, una estética que los define. Propondremos hoy cinco estéticas muy comunes en el mundo del rock, sin intenciones de agotar aquí las posibilidades siempre abiertas a la emergencia de imágenes estereotipícas nuevas, sino por ser estas quizás, las principales, aquellas en torno a las cuales se configuran, muchas veces, las “Leyendas” de este universo musical:

1) El “Líder de culto”: es aquel que mantiene un máximo nivel de distancia posible frente a la sociedad. Da pocas entrevistas, se mantiene aislado y cultiva en torno a sí mismo un halo de misterio que lo aleja de la mirada de la gente. Aparece sólo en contadas ocasiones y establece con sus seguidores ciertos códigos comunes, dándole a sus conciertos y shows una impronta marcadamente ritual. Ej: el Indio Solari

2) El “Reventado”: es aquel que convoca a la energía de la autodestrucción, “victimizándose” ante los ojos de la gente. “El mundo es el culpable de lo que les pasa”, canalizando su derrotero a través de sus conflictos con el consumo de drogas, la policía y las leyes. Muchas de sus letras y sus canciones reflejan ese tobogán de decadencia en el que se ven envueltos, con una crítica incisiva y al mismo tiempo derrotista, de la sociedad en la que viven. Sus representantes establecen, sobre todo, lazos identificatorios muy fuertes con parte del público joven. Ej: Keith Richards, Kurt Cobain, Pity Álvarez, Charly García, Tanguito

3) El “Poeta”: es el lírico por excelencia, arquitecto de un lenguaje metáforico que expresa en sus composiciones, influidas tanto por la literatura, como por la psicología y el simbolismo. El espíritu del poeta es, en algunos casos, tranquilo, en otros, atormentado. No obstante, y a pesar de la profundidad e intelectualidad de sus obras, tienden a cultivar una imagen más presente y más cálida, cuando no físicamente más cercana a sus seguidores . Ej: Luis Alberto Spinetta, Pedro Aznar, Jim Morrison, Miguel Abuelo.

4) El “Rebelde revolucionario”: junto con el Reventado, suele ser la estética más común en el ambiente rockero argentino. Va desde lo reformista hasta lo antisistema, provocando, cuestionando lo establecido. Enfatiza su disidencia con el establisment político y cultural, señalando nuevos caminos. Enciende la polémica con sus letras, a veces atentando contra la moralidad burguesa. Denuncia la hipocresía reinante, y protesta contra las injusticias sociales. Transgresor, en algunos casos, se involucra activamente en causas populares. Ej: John Lennon, Luca Prodan, Frank Zappa, Germán Daffunchio, Gustavo Nápoli.

5) El “Místico”: de mirada introspectiva, sus composiciones son la vía de expresión y de síntesis de los temas que condensan sus búsquedas; el desarrollo de la consciencia, el retorno a la naturaleza, el chamanismo, la religión, la sed por lo divino, la apertura a la alteridad. El místico no es necesariamente alguien introvertido, aunque suele ser este el tipo de personalidad que mejor lo expresa. En todo caso, refleja un contenido discursivo especial, propio de aquel que mira la vida con cierta perspectiva, relativizando las preocupaciones propias del común de la gente, y haciendo un llamado a lo esencial del vivir. A veces, cuando personaje y persona se hallan cerca uno del otro en el corazón del artista, su postura es anti-fama, alejada del estereotipo clásico del rock; se acerca, en dicho rasgo, al líder de culto. Ej: George Harrison, Gustavo Cordera (solista), Gustavo Santaolalla (en Arco Iris).

Estas cinco estéticas no abarcan la totalidad de los estilos existentes. Se trata, ni más ni menos, que de una lista provisoria, y a seguir completando.

Configuran imágenes arquetípicas, icónicas, convocantes de distintos tipos de energía, que harán eco de modo diverso en virtud de la sensibilidad colectiva de quienes integran el Público, aquel colectivo dispuesto a asumir dicha energía como propia, y a establecer el vínculo identificatorio con aquel catalizador energético primario, que es el Líder rockero.

Vehiculizan aspiraciones, preocupaciones, intereses, creencias e impulsos, adornándolos con esa belleza que sólo la música es capaz de brindar.

Construyen puentes, liberando fuerzas poderosas capaces de trascender su propia figura.

En algunos casos, el Personaje expresa genuinamente su intimidad; en otros, es la fabricación de una realidad irreal, que se articula en una Persona, ahora en sentido junguiano.

Derrotero, tanto el uno como el otro, al servicio de una necesidad existencial, de una ansiedad por consideración, que en el fondo es testimonio, como ocurre en toda manifestación artística, del afán de sobrevida al espacio y al tiempo.


domingo, 14 de agosto de 2016

El "loco" interior

"El viajero", también conocida como "El hijo pródigo", una pintura de Hieronymusch Bosch, asociada al arcano sin número del tarot: El Loco

El Loco,  ser puro movido hacia adelante, por un principio divino, no por su ego. Atrás quedan las posiciones de su yo: familia, propiedades, pertenencias, trabajo, afectos. La belleza de su rostro, esa mirada inocente y sencilla revela su ser esencial.  La dinámica de su cuerpo que se dirige en varias direcciones, parecería decirnos que sale impulsado por su gran energía creativa, sin plan, sin intención, descubriendo el instante presente. Nos deja su mensaje: Libertad. Nuevos rumbos. Energía. Creatividad.

Este arquetipo aparece, con su suave sonrisa, haciendo evidente lo absurdo, mostrando lo impredecible de la vida, exhibiendo todo aquello que no entra en nuestros reducidos esquemas racionales.

Como un niño libre y espontáneo, desciende al mundo para transitar todas las vivencias terrenales en este plano. No sigue ninguna verdad, no lleva ninguna bandera, para él su Yo y el universo son uno, y todo camino es el camino.


Los animales a su alrededor simbolizan su sabiduría instintiva, con la que se burla del conocimiento intelectual. Lleva su pequeña mochila de saberes adquiridos en otras vidas. Se nutre de su propia experiencia y de su curiosidad, porque para él, la vida es un juego que no debe tomarse demasiado en serio.

Cuantas veces un cambio drástico nos deja sólo "con lo puesto" teniendo que arrancar de cero, cortando con el pasado, con una absoluta sensación de incertidumbre, libertad, independencia, vacío...El desapego da miedo, abandonar los constructos que nos sostenían, a veces da vértigo o entusiasma y otras confunde y asusta, pero siempre nos impulsa a movernos hacia lugares inhóspitos de nuestra conciencia, más allá de nuestra experiencia conocida.

Invocando a nuestro Loco interno, podemos reírnos de nosotros mismos,y lanzarnos confiados a la impermanencia del vivir. 

Guadalupe Gallardo, astróloga

jueves, 11 de agosto de 2016

Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung (Dr. Néstor E. Costa, Última parte)

Nota del autor del Blog: compartimos la tercera y última parte del escrito del Dr. Néstor E. Costa a propósito de la visión junguiana de la religión.



Un acercamiento a la religiosidad de Oriente y su relación con la religiosidad en Occidente.

Hasta ahora, hemos desarrollado brevemente algunas de las ideas de Jung en lo que hace al punto de vista psicológico de la religiosidad en Occidente. Siguiendo esta línea metodológica, también haremos un acotado acercamiento pero en lo que hace a Oriente. La enorme formación de Jung le permitió comprender a través de años de estudios - mérito no menor - que las representaciones originarias son patrimonio común de las distintas religiones, tanto de Oriente como de Occidente, viniendo a constituir la una y la otra los contenidos arquetípicos del alma humana.

Pero cabe hacer una distinción fundamental. Así como para Occidente podemos hablar de una psicología de la religiosidad, es factible que traspolado este concepto a Oriente no sea de la misma aplicación. Por ejemplo: hoy día se suele utilizar casi como sinónimos “psique” y “mente”, lo cual visto desde un punto de vista epistemológico no es correcto. Ha sido una cuestión de un pasaje de la visión antigua a una moderna, que no necesariamente tiene que ser verdadera o mejor. Con seguridad el concepto de psique (alma) es mucho más rico que el de “mente”, que muchas veces se lo identifica con una topografía cerebral. Incluso para el pensamiento Oriental, la palabra “mente” encierra un significado metafísico, cosa que no sucede, obviamente, para Occidente.

Como lo señala Jung, en los últimos siglos la filosofía occidental primitiva, madre de la psicología, despojó a esta última de su unión con el todo, como supo tenerla durante milenios. El ser humano ha dejado de ser un microcosmos y una imagen del macrocosmos, con lo cual aquella vieja concepción del ánima mundi (alma del mundo) vino a desaparecer junto con la Edad Media. De acuerdo a lo dicho, la psicología trata todos los postulados como fenómenos mentales, los cuales en el caso de las psicologías profundas tendrían su origen en lo inconsciente. Sin embargo, la psicología no está en condiciones ni de aseverar ni de negar estas cuestiones, dado que no puede ni constatar ni demostrar aquello que no le compete.

A pesar de ello y de todas las críticas que pudieran hacerse a lo recién dicho, va a destacar que el hombre no ha abandonado la idea de la existencia de Dios, cuestión que ha creado un nuevo problema en Occidente, el que se puede resumir en el conflicto entre ciencia y religión. Lo que en realidad sucede es, señalará es que hay una mala comprensión de ambas cuestiones. La pregunta que entonces cabe y que se hace el investigador suizo, es qué sucede con este problema en Oriente.

De acuerdo a Jung, en Oriente, la mente es un principio cósmico y así como para Occidente la mente es la condición indispensable para el conocimiento, para Oriente donde no existe el conflicto entre ciencia y religión, ambos temas parecerían unirse, dando lugar a lo que podría llamarse un “conocimiento religioso”.

En su artículo: Comentario Psicológico al Libro Tibetano de la Gran Liberación, nos ha de decir que entre nosotros, el hombre es infinitamente pequeño y la Gracia de Dios lo significa absolutamente todo. En Oriente en cambio, el hombre es Dios, así como el artífice de su propia redención. “Los dioses del budismo tibetano son proyecciones creadas por la mente y forman parte de la superación ilusoria, pero, pese a ello, gozan de existencia. En cambio en lo que a nosotros concierne, una ilusión no es más que una ilusión y, por ende, nada en absoluto”. (Jung, O.C. V. 11, p.492).

El pensamiento Oriental y el Occidental, en lo que hace a la temática religiosa, difieren. Para los primeros, la realidad psíquica es la condición principal y única de la existencia. Si se observa esta fenomenología desde la tipología desarrollada por el propio Jung, se trataría de un punto de vista introvertido; que es el opuesto a la forma de pensar extravertida, que es más típica de Occidente. La posición extravertida, pondrá el acento en todo lo relacionado con el mundo exterior, el mundo de los objetos, por lo tanto, lo vinculado con la energía espiritual provendrá de un afuera, de Dios. Por el contrario, en la posición introvertida se privilegia el mundo interior, el mundo del espíritu, el mundo de las ideas. Leemos al autor acerca del Budismo Zen: “La psique es por ello lo más importante de todo; el aliento que todo lo penetra, el ser búddhico, la mente de Buddha, el Uno, el dharmakàya. De ella emanan todos los seres vivos, y en ella habrán de disolverse todas las formas que han llegado a manifestarse” (Jung, Opus cit., p. 495).

Siguiendo a Suzuki, Jung dirá que la razón del zen es el satori. Sin éste, el zen no es zen. Es lo que debería entenderse como “iluminación”. Sin embargo, este concepto no es entendido en toda su profundidad por los occidentales, a los que les resulta de gran dificultad, dado que sus implicancias teóricas son enormes. Vamos a mencionar algunas: se trata, como ya se dijo, de la superación del yo y penetrar en la “mente de Buddha”, con lo que se logra la sabiduría, que es la luz divina, el cielo interior, el núcleo del pensamiento y la consciencia, el asiento de la bondad, la justicia, la compasión y la medida de todas las cosas (Cf. Jung, Opus cit. V. 11, p. 555). Aclaremos, como lo hace Suzuki, que el zen no es ni una psicología ni una filosofía.

Si bien Jung pone el acento de sus apreciaciones sobre Occidente en el cristianismo, por su indudable peso y sus numerosas variantes, nos parece apropiado señalar que también en otras orientaciones religiosas, como podría ser el Judaísmo, la relación con lo trascendente goza de parecidas características. Es la de un Dios que se distingue por estar bajo ciertos términos que se podrían compendiar con los vocablos amor, temor, alabanzas, cánticos, rituales, castigos, culpa, etc. Reiterándonos un poco, el poder de las creencias en Occidente se halla afuera, en un Otro, que es a la vez la perfección y la exterioridad absolutas.

Pero qué sucede en la religión oriental ? Jung hace una interesante reflexión: ver si esas tendencias introvertidas que aparecen en la religiosidad oriental, se hallan también en la occidental. Incluso, alerta sobre todo a aquellos que son atraídos por dichas creencias, dado que para llegar a comprender mejor esa espiritualidad no hace falta “imitar” a Oriente, cuestión que no llevaría a nada. La clave entonces, estará en aceptar que el alma guarda suficientes riquezas para no tener que ser fecundada desde afuera. Sin embargo, hace la salvaguarda que la actitud que Occidente debe tener al incorporar el pensar y el sentir de Oriente, debe hacerse desde nuestra propia historia cristiana y aceptando honestamente que son valores distintos. Este reconocimiento es necesario, pero con la condición que deben ser comprendidos desde dentro, no desde fuera apelando simplemente a querer imitarlos. Esos valores también se encuentran en nosotros, en nuestro propio inconsciente.

Cabe señalar que hay otro distingo muy importante entre ambas actitudes. “Para nosotros una consciencia sin yo es inimaginable” (Jung, Opus cit., p. 497). Muy cierto, dado que el yo, para Occidente, es el sujeto de la consciencia. Todas la vinculaciones conscientes remiten a esa instancia psíquica. No ocurre lo mismo en Oriente, donde existe la convicción de que la consciencia puede adquirir un estado superior y hasta casi prescindir del yo. ”No puedo concebir un estado mental que sea consciente y que no se halle relacionado con un sujeto, es decir, con un yo” (Jung, Opus cit. p. 497). Es también y precisamente en este punto, donde el concepto de “mente” al que oportunamente hemos referido, es apreciado en forma diferente por ambos pensamientos.

Sabrá decirnos, por ejemplo, que el hatha yoga tiene como principal misión aniquilar al yo, con lo cual se lograría domeñar sus impulsos. La consecución del samâdhi, que es la búsqueda de un estado mental superior, tiende a hacer desaparecer a ese yo que vendría a ser una pura ilusión. Por lo tanto, lo consciente, en el sentido Occidental, es contemplado como algo inferior, como aquello que está preso en la avidyâ, o sea, en la ignorancia. De acuerdo a Jung, lo que nosotros denominamos “trasfondo oscuro del ser consciente” (o sea lo inconsciente) en Oriente sería el equivalente de una “consciencia superior”. Si recalamos nuevamente en el concepto de “inconsciente colectivo”, vendría a constituir el equivalente de la buddhi, o sea, la mente iluminada. Resulta interesante que los procesos inferiores, cuasi fisiológicos de la psique, Oriente los domine a través de la ascesis, es decir, del ejercicio y si bien no son negados, pueden ser mantenidos bajo control.


Es dable destacar que tanto la posición extravertida (Occidente) como la introvertida (Oriente) tienen un objetivo en común: triunfar sobre la mera naturalidad de la vida. Sería el triunfo del espíritu sobre la materia. Así puede verse, según nuestra humilde opinión, concretamente en su artículo El Yoga y Occidente, en donde el autor se encuentra ante las limitaciones de la traspolación de una técnica y disciplina milenarias, a la forma de ser de Occidente, y si bien pudiera entenderse como un método de higiene anímica y fisiológica, el mismo no se halla exento de una profunda filosofía. Así dirá:”..en el transcurso de los ejercicios, dicha higiene vincula a los miembros con la totalidad de la mente, como puede observarse en la práctica del prànayàma, en los cuales el pràna es a la vez el aliento y la dinámica universal del cosmos”. (Cf. Jung, Opus cita, p. 547). Este método, para poder llevarse a cabo ha de implicar una gran concentración de la consciencia y de la voluntad.

Para el autor suizo, ambos puntos de vista el Occidental y el Oriental, pese a ser contradictorios, se hallan psicológicamente justificados. También es cierto que pecan de unilaterales: el primero por negarse a ver la importancia del mundo interior, el segundo por no contemplar el mundo externo. En otras palabras, Occidente por haberse alejado hace muchos siglos de la idea de la Mente Una, Oriente, por subestimar el concepto de la consciencia. Señala Jung que la “objetividad”, la actitud rigurosa del científico, llevan a sacrificar la belleza y la universalidad de la existencia en aras de una meta más o menos ideal. Por su parte, Oriente, privilegia la sabiduría, la paz, el desprendimiento y la inmutabilidad de la psique inconsciente, intentando superar penas y alegrías que son las que generalmente jalonan nuestras vidas. De ahí que sostenga que lo conveniente sería hacer el esfuerzo necesario para comprender ambas posiciones.

Dentro de los trabajos relacionados con el estudio de las religiones de Oriente, caben señalar las siguientes obras: Comentario psicológico al Libro Tibetano de la Gran Liberación (1939/1955); Comentario Psicológico al Libro Tibetano de los Muertos (1939/1960); El Yoga y Occidente (1936); Prólogo al libro de D.T. Suzuki, La Gran Liberación. Introducción al budismo zen (1939/1958); Acerca de la Psicología de la Meditación Oriental (1943/1948); Prólogo al I Ching (1950).

A modo de finalización
Siempre se dijo y no equivocadamente, que la psicología junguiana era una cosmovisión que acercaba el pensamiento de Oriente y Occidente. Es muy cierto y es lo que hemos pretendido mostrar a lo largo de este escrito. Sin embargo, Jung siempre alertó que los espíritus que anidan en ambos pensamientos deben, por sobre todo, respetarse en sus singularidades y en las tradiciones que le son propias.

La obra de Jung en lo que hace al espíritu religioso y al estudio psicológico que dimana del mismo y con el firme objetivo de arrojar un poco de claridad sobre este eterno problema – que también involucra a muchos otros saberes humanos - ha sido uno de los ejes sobre los que basó sus investigaciones. De la importancia de las mismas, baste señalar que en el año 1937 la Universidad de Yale le encargó las Terry Lectures, cuya misión consistía en ver que podía decir la psicología sobre la religión. Precisamente y en su trabajo Psicología y Religión, ha de decirnos que nadie duda que la religión es una de las manifestaciones más tempranas y universales del alma humana y que “toda variante de la psicología que se ocupe de la estructura psicológica de la personalidad, tendrá forzosamente que atender, por lo menos, al hecho de que la religión no es sólo un fenómeno sociológico o histórico, sino también una cuestión personal de importancia para un gran número de seres humanos” (Jung, Opus cit., p.8).

Que nadie dude que el trabajo minucioso sobre los aspectos profundos del psiquismo tuvieran una mirada holística. En un ensayo de 1932, Picasso, sabrá decir: el viaje por la historia del alma de la humanidad tiene como fin restaurar al hombre como un todo. Y el tema relativo a la importancia de la introversión y la extraversión, que nos mostrara como visiones distintas del fenómeno religioso en lo que hace a Oriente y Occidente, también tiene una apoyatura temprana y psicológica en su vida y que se plasmará entre otros escritos; así en su artículo: “La contraposición entre Freud y Jung, texto de 1929, leemos: “En mi imagen del mundo hay un gran afuera y también un gran adentro y entre ambos polos está el individuo, vuelto hacia uno o hacia otro, y, según temperamento y predisposición, considerará como cierto bien uno, bien otro, para, según el caso, negar o sacrificar a uno a favor del otro” ( Jung, O.C. V. 4, p.314).

No es casual que hayamos traído a colación este escrito de Jung, muy rico a nuestro entender en expresiones relativas al alma y al espíritu y por supuesto a las diferencias que mantenía con el gran pensador vienés. Y si bien hubo cuestiones importantes en las que no acordaba con Freud, como fuera la distinta acentuación en lo que hace al orden de lo simbólico, no se sentía un adversario del mismo, sino por el contrario, entendía que ambas teorías eran opuestas, pero complementarias; si bien, ha de resaltar cierta incapacidad de Freud para entender el fenómeno de la vivencia religiosa. Es decir, Jung pone una vez más la vivencia como algo prioritario.

Nos parece sumamente esclarecedor, que el propio autor se esfuerce en resaltar el objeto de su estudio, sobre todo cuando el tema versa acerca de conceptos límites. En un pasaje de uno de sus textos afirma: “la religión es una especial actitud del espíritu humano, que se halla relacionada con una consideración y observancia solícita de ciertos factores dinámicos concebidos como potencias, llámense dioses, espíritus, ideales, demonios o cualquier otra designación con que el hombre ha bautizado a dichos factores, que dentro de su mundo la experiencia los ha presentado como lo suficientemente poderosos o útiles para tomarlos en respetuosa consideración, o lo suficientemente grandes, bellos y razonables para adorarlos piadosamente y amarlos” (Cf.Jung, O.C. V. 11 p. 11). Estas hermosas y sentidas palabras acerca del concepto de lo que es la religión, nos parece que tienen un sencillo y contundente corolario: “Sería una blasfemia afirmar que Dios puede manifestarse en todas partes, pero no precisamente en el alma humana” (Jung, R.S.P., p. 408).

Su relación con todas las religiones, como se desprende de sus escritos, fue positiva. Señalaba que en sus contenidos doctrinales reconocía aquellas imágenes que encontraba en los sueños y en las fantasías de sus pacientes, pero también en su moral, que vendrían a ser los intentos para encontrar la vía adecuada para lidiar con los poderes del alma.

Nota: En relación a las obras de Jung citadas en el cuerpo del texto, hemos consignado los años de inicio de las mismas y de las posteriores revisiones que realizara el propio autor.

Dr. Néstor Eduardo Costa, Agosto 2016

Bibliografía

Costa, N.E. (2006) JUNG: Un Mundo de Imágenes y Símbolos, edit. C.E.A., Buenos Aires.

Costa, N.E. (2006) El Concepto de lo Religioso en la Obra de Jung, conferencia dada en la Pontificia Universidad Católica Argentina.

Jung, C.G. (1981) Psicología y Religión, edit. Paidós, Barcelona, España.

Jung, C.G.(1981) Recuerdos, Sueños, Pensamientos, edit. Seix Barral, 3ra.edic., Barcelona, España.

Jung, C.G. (2000) Freud y el Psicoanálisis, edit. Trotta, Vol. 4, Madrid, España.

Jung, C.G. (1999) Sobre el Fenómeno del Espíritu en el Arte y en la Ciencia, edit. Trotta, Vol. 15, Madrid, España.

Jung, C.G. (2008) Acerca de la Psicología de la Religión Occidental y de la Religión Oriental, edit. Trotta, Vol. 11, Madrid, España.

Jung, C.G. (1973) Respuesta a Job, edit. Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión, traducción de Andrés Pedro Sánchez Pascual, México.

Jung, C.G. (1934) Trabajo de Seminario, inédito.

Jung, C.G. (1980) Aion, edit. Paidós, traducción de Julio Balderrama, Buenos Aires, Argentina.

Otto, R. (1980) LO SANTO – Lo Racional y lo Irracional en la Idea de Dios, Alianza Editorial, Madrid, España.

martes, 9 de agosto de 2016

Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung (Dr. Néstor E. Costa, 2da parte)

Nota del autor del blog: segunda parte del escrito del Dr. Néstor Eduardo Costa.


La dualidad de la idea de Dios y su impronta arquetípica.

Si todo arquetipo posee la característica de la polaridad, por ende, el arquetipo de la idea de Dios también debe tener un aspecto positivo y otro negativo, como ha sido en el Antiguo Testamento la figura de Yhave. Sin embargo, en términos religiosos cristianos los aspectos negativos se proyectan en la idea del Diablo, Satán o el Anticristo; en términos filosóficos/metafísicos, se asimilan a la idea del mal y desde el punto de vista psicológico junguiano, lindarían con el arquetipo de la sombra. No podemos dejar de señalar que, desde una fenomenología religiosa que nunca dejó de ser psicológica, Jung se nos presenta reivindicando a la idea de un Dios que contiene ambos opuestos. Con sus aspectos bondadosos, pero también terribles. Bien se sabe que el creyente que sufre por equis motivos, no se ha alejado del interrogante que subyace en forma inconsciente y a veces no tanto, de porqué Dios lo castiga, lo abandona o a veces lo somete a terribles pruebas

Distintos personajes que se encuentran en la historia religiosa, pero que no dejan de tener su impronta en el psiquismo humano, nos ilustran de este aserto. Los vemos en las figuras de Job o Moisés y hasta en la de Cristo en la cruz. Todas en mayor o menor medida delatan con sus sufrimientos la duda, por estar sometidos a tremendas pruebas, pero ninguno de ellos ha de dejar de lado su fe. Así se han conformado las iniciaciones a lo largo de la historia humana; la convocatoria a los valores supremos a través del sometimiento a diversas pruebas. Una muerte simbólica y una resurrección espiritual es el corolario del sacrificio.

Además, en el hombre, existe una prehistoria de prodigiosa extensión y de una trama altamente compleja que anatómicamente se ha expresado a partir de su cuerpo, pero también de una psique que evolutivamente ha ganado en una complejidad creciente. La observación rigurosa de la actividad inconsciente de sus pacientes, le permitió reconocer que esa instancia, al margen de sus aspectos reprimidos, posee un grado de autonomía creadora. Sostendrá que: “cuando Carl G. Carus, Eduard von Hartmann y en parte también Arthur Schopenhauer, equipararon lo inconsciente con el principio creador del mundo, no hicieron sino extraer la síntesis de todas las doctrinas del pasado que, sobre la base de la constante experiencia íntima, percibían lo que obraba misteriosamente como personificado en forma de dioses” (Jung, Psicología y Religión, p. 137).

El supuesto inmemorial de la existencia de dioses constituye una formulación de lo inconsciente psicológicamente adecuada, aún cuando se trate de proyecciones. Para nuestros más remotos antepasados, la vida transcurría sin solución de continuidad entre un “adentro” y un “afuera” y estaba proyectada no sólo en la multiplicidad de dioses que simbolizaban la naturaleza, sino también en otra enorme cantidad que nominaba los afectos. Prueba más que evidente, dado que son los dioses los que pueblan las distintas mitologías universales, pero también nuestros sentimientos y afectos llevan nombres que otrora fueron dioses. Sin embargo, una humanidad más moderna, decretó, metáfora de por medio, la caída de todos los dioses. Se intentó “matar” a Dios, pero no dio resultados. Ante el fracaso, se quiso avanzar sobre la “idea de Dios”, pero tampoco tuvo éxito. Tal vez porque Dios sea inmortal y también su idea. La omnipotencia del hombre no llegó a vislumbrar que no se lo podía matar y menos aún a su idea.

Como sabemos, un acto de voluntad no “detiene” a la actividad inconsciente de sus formaciones originales y de la energía que le es propia. Podrá ser negada o pasar a un estado latente de vida, pero nunca ha de perder la posibilidad de activarse según individualidades o circunstancias. Es lo que siempre nos han dicho los mitos y hasta la propia historia. No por nada los primeros nos suministran simbólicamente todo el acontecer humano. En lo arquetípico, podemos encontrar en sus formas originales, como ya se señalara, las posibles conductas humanas: sus odios, sus temores, sus deseos, sus amores, la guerra, el poder, la angustia, la sexualidad, la muerte, la inmortalidad y también sus creencias.

Ahora bien, como el desarrollo de la consciencia exige la renuncia a todas las proyecciones, hubo de ser necesario tratar de eliminar a la mitología (sobre todo en Occidente) y subsumirla simplemente a un relato fantasioso, a punto tal, que su propio nombre ha llegado a ser sinónimo de mentira; consecuentemente se instaló su existencia no psicológica. Ergo, si se quitan de afuera a los dioses por que se han retirado las proyecciones, estos necesariamente han de volver al adentro, de donde partieron, a ese interior desconocido del hombre, al alma (psique).

Estas cuestiones fueron para Jung de enorme importancia, por lo que no cejó en su intento de demostrar el carácter psicológico del arquetipo de la divinidad. Por supuesto, la incomprensión de ciertos sectores frente a lo que consideraban “poco científico”, se hizo sentir a partir de críticas sobre sus trabajos. Hoy día, por suerte, se han superado algunos de estos prejuicios y se está reconociendo el ingente esfuerzo de este pensador que supo poner por escrito la necesidad de la existencia de lo trascendente para el psiquismo humano. Otros términos de frecuente uso como espíritu o alma, que se encuentran a lo largo de su obra, no corrieron mejor suerte en algunos círculos académicos de orientación materialista o cientificista. 


En Respuesta a Job, un escrito tardío de Jung, sabrá decirnos que cada vez que alguien se refiere a objetos venerables de la fe religiosa, corre ciertos riesgos de caer en alguno de los bandos en lucha, negándolos o aceptándolos como tales. Y de alguna manera tiene absoluta razón, dado que nos hallamos frente a aquellos que sólo aceptan que algo es “verdadero” siempre y cuando se presente como hecho físico. Así nos habla de que muchos creen como físicamente imposible que Cristo haya nacido de una virgen. Dilema del que no hay solución posible, lo mejor, dirá, es dejar de lado dicha discusión. Por otra parte, “el que algo sea una realidad “física” no es el único criterio de verdad. También existen verdades anímicas (relativas al alma) las cuales no pueden ni explicarse ni probarse, pero tampoco negarse” (Jung, Respuesta a Job, p.7). “Las afirmaciones religiosas no tendrían sentido si se refiriesen a hechos físicos”. (Jung, Ídem, p.7).

Es decir, creemos que nuestro autor es muy claro en estos conceptos en donde se refiere, indudablemente, a los aspectos simbólicos que detentan todas las imágenes, las cuales, cuando remiten a lo sagrado, señalan siempre hacia aquello que se nos presenta como inefable, pero que psicológicamente tiene una enorme importancia. Nuestro psiquismo posee el privilegio de la capacidad de expresar imágenes representacionales de la divinidad, las que en el transcurso de la historia se han transformado innumerables veces. Como es sabido, al tener una base emocional (numinosa) se convierten en inexpugnables a la razón crítica, lo cual no las desmerece en su validez, al contrario, las afirman como parte de una consciencia trascendente.

Si hubo algo constante, y nos parece una cuestión casi irrefutable en el transitar psíquico histórico, ha sido la idea de la divinidad. Negar esta fenomenología ha llevado a que la misma sea tratada con una caracterología ligada a lo mágico/ infantil o como un trastorno obsesivo o como el “opio de los pueblos”. Estas “racionalizaciones”, nos hacen recordar al inveterado problema de los ateos: el tener siempre que hablar de la inexistencia de Dios o el de pretender demostrar casi con desesperación que es una falsa idea, una mentira o un invento. Es ley psicológica que aquello que continuamente se niega es porque inconscientemente se le teme o se le ama.

Nos parece apropiado traer a colación las palabras de Tertuliano en su escrito sobre el testimonio del alma: “Mientras más verdaderos son estos testimonios del alma tanto más simples son; cuanto más simples tanto más vulgares; cuanto más vulgares tanto más comunes; cuanto más comunes tanto más naturales; cuanto más naturales tanto más divinos. Creo que a nadie podrán parecerle frívolos y superficiales si contemplamos la majestad de la naturaleza de la que proviene la autoridad del alma. Lo que se concede a la maestra, ha de reconocerse a la discípula: la naturaleza es la maestra, el alma la discípula. Lo que aquella enseñó o ésta aprendió le fue entregado por Dios, es decir, por el maestro de la maestra misma”.(Tertuliano,De testimonio animae, citado por Jung en nota a pié, O.C.V. 11, p.376/377).

Más aún, desconocemos si algún otro autor en el ámbito de la psicología llegó a las honduras simbólicas del investigador suizo para intentar comprender desde un punto de vista psico/fenomenológico, los objetos, los hechos y las vivencias generadas por la fe. No se cansó de repetir que no intenta demostrar la existencia de Dios, simplemente su psicología al respecto de este tema, es analizar las ideas referidas a Dios y como las mismas han existido desde tiempos remotos. Su planteo, por lo tanto, fue consistente en la búsqueda de un sentido y significado, por lo que sus explicaciones no deben ser vistas como juicios, sino que más bien buscan representar un estado de cosas. Sabrá decir que cuando se observa una idea que refiere a un fenómeno religioso, aunque se nos aparezca como incomprensible a la lógica, desde un punto de vista psicológico no debe interesar si la misma es verdadera o falsa en algún sentido, solo que la misma existe y en tanto tal, es psicológicamente verdadera.

Jung fundamentó sobre el cristianismo (en todas sus vertientes) sus estudios sobre la psicología de la religión Occidental. Sus obras y la lectura de ellas no dejan ninguna duda al respecto. En este sentido, cabe mencionar a: Psicoanálisis y Cura de Almas (1928/29); Psicología y Religión (1938/40); Ensayo de Interpretación Psicológica del Dogma de la Trinidad (1942/48) El símbolo de la Transubstanciación en la Misa (1942/54); Aion (1951); Respuesta a Job (1952) y varios otros.

(próximamente la tercera y última parte)

viernes, 5 de agosto de 2016

Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung (Dr. Néstor E. Costa)

Nota del autor del blog: quiero expresar mi enorme agradecimiento al Dr. Néstor E. Costa por  regalarnos este escrito totalmente inédito, preparado especialmente para este blog. Néstor Eduardo Costa es doctor en Psicología, analista jungiano, y presidente de la Asociación de Formación e Investigación en Psicología Analítica (AFIPA), con sede en Buenos Aires, Argentina. Profundo conocedor de la obra del sabio de Zurich, es autor de numerosos artículos y libros de texto, entre ellos una clásica obra de introducción al pensamiento junguiano: "Temas de psicología analítica". Dada la extensión y la riqueza conceptual del escrito que aquí compartimos, y con el fin de facilitar su lectura, decidimos dividirlo en tres entregas. Comenzamos hoy, entonces, con la primera de ellas. Que lo disfruten.
Juan Manuel


Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung
* por el Dr. Néstor Eduardo Costa

En una oportunidad, un periodista inglés le preguntó a Jung si él creía en Dios o no y éste solo contestó: I do not believe, I know (Yo no creo, yo sé). Esta escueta y hasta extraña respuesta, alejada totalmente de todo convencionalismo es una de las llaves para la comprensión de la fenomenología religiosa desde una mirada psicológica y empírica.

Empecemos por alertar que el investigador suizo no era un teólogo, si bien entendemos que el autor poseía una notable formación que en estas cuestiones era sumamente amplia y profunda; por otra parte, su visión acerca de lo religioso tenía una heredad notable: su abuelo materno Samuel Preiswerk (1799-1871) fue arcipreste de la Iglesia de Basilea, además de ser filólogo y escribir una gramática hebrea. Como lo señala Enrique Galán Santamaría: “En su casa se vivía de modo natural el misterioso mundo que el Romanticismo había reivindicado frente a la Ilustración” (Jung, O.C. V.1- XI). Por otra parte, el padre de Jung, Paul Achilles (1842-1896) ejerció como clérigo de la Iglesia Reformada Suiza.

No es por todos conocido las discusiones y dudas que el joven Carl le planteaba a su padre sobre temas religiosos y que hacían a su ministerio, habiendo llegado a la conclusión que en algunos aspectos su progenitor tenía conocimientos sobre estas cuestiones, pero que las mismas no habían sido incorporados simbólicamente. Venían a conformar una serie de ideas acerca de una historia “que ni él mismo pudiera creer por completo” (Jung, Recuerdos, Sueños, Pensamientos, 3ra. Edic. p. 54) Va de suyo que estas inquietudes lo acompañaron el resto de su vida, lo que se patentiza en numerosos artículos y escritos que jalonan la Obra Completa y en donde las cosmovisiones sagradas ocuparán un destacado lugar.

Jung realizó frecuentes durante su larga vida. Los mismos tuvieran como destino, entre otros factores, el de embeberse de las formas religiosas y antropológicas de los pueblos que visitaba. Así sucedió en su estadía con los Indios Pueblo del Sur de los Estados Unidos, en sus dos viajes al África o en su visita a la lejana India. Si hay algo de lo que puede afirmarse con certeza es que Jung no fue un psicólogo de ciudad, por el contrario, su crianza y formación desde muy chico se llevó a cabo a partir de ciertas experiencias vivenciales que solo otorga el contacto con el mundo de la naturaleza y ya de adulto, a partir de sus viajes y lecturas; pero también y en no menor medida, con el material aportado por una numerosísima cantidad de pacientes de variadas procedencias, lo que le permitió tener una visión universalista de la condición humana y de sus distintas creencias.

En su autobiografía (Cf. Opus cit., R.S.P.), en más de una oportunidad refiere a dos términos muy ligados entre sí: el secreto y el misterio. Toda su juventud según propios decires, puede caer bajo el concepto del secreto, atisbo indudable de su personalidad técnicamente introvertida. Ese mundo de ideas que iba a acompañarlo el resto de su vida y del cual pocas veces solía hablar, es el que vamos a encontrar en sus escritos. Por otra parte, el misterio, era parte de esa mirada que buscaba resolver las grandes incógnitas de la vida, pero también su personal acercamiento a la idea de Dios.

Tempranamente ya se planteaban sus dudas sobre estos temas, donde era clara su disconformidad con las ortodoxias que surgían de las enseñanzas. Por ejemplo: frente a las injusticias o al propio mal del mundo que se erigían amenazantes y eran parte de la vida diaria y desde muy joven, solía decirse a sí mismo que seguramente Dios quería que él y los hombres hicieran incluso “lo injusto” o “lo prohibido”, aunque ello fuera mal visto. Tal vez fuera necesario aceptar esa “voluntad” que quería imponerse, esa suerte de destino y, con ello, poder participar de esa forma del mundo sagrado.

No le fue gratuita a Jung esta lucha entre sus propias ideas y las que le intentaba enseñar su padre y hasta la propia comunidad en la que vivía, cuestión que se trasladará, como ya se señalara, desde su infancia y juventud hasta el final de sus días. Que se pudiera comprender que la vida es en sí un misterio insondable, al igual que la muerte, le generó con el tiempo conflictos teóricos con las ortodoxias religiosas y en no menor medida con el racionalismo que se había enseñoreado del mundo académico, sobre todo, a partir de la Ilustración.

El mismo término “religión”, sobre el que Jung insistió para que pudiera ser entendido en su más amplio sentido de “cuidadosa observancia” y ser aplicado a cualquier tipo de religión, incluyendo las más arcaicas y primitivas y por extensión, a cualquier tipo de tarea donde hubiera un profundo compromiso interno, como supo enseñarlo muy bien William James. Lo dicho, no fue aceptado sin reparos por el mundo científico y hasta por algunos círculos filosóficos y psicológicos. No ha sido casual que a través de la historia el vocablo “religión” y su etimología latina (religio) fuera acotado por esos mismos sectores al tema del dogma, quitándole ese halo de tradición y de amplitud del término, con lo cual se lo desprestigiaba y se lo veía con el sesgo de lo inamovible y con el sello del fanatismo, lo que era más acorde para ser atacado desde las ciudadelas del ateísmo o hasta del propio agnosticismo, todo en aras de un supuesto punto de vista científico.

Con sus escritos y sus planteos sobre estas cuestiones, como ya lo dijéramos, poco aceptados por el mundo académico, había puesto el acento en lo que acaece a nivel simbólico en los estratos más arcaicos de la psique. También se abría la posibilidad de rescatar nuevamente la dimensión espiritual y anímica que cada ser humano posee y muchas veces incluso desconoce y, que un mundo ligado al pensamiento positivista, se empeñaba en descalificar. No podemos decir que no lo afectaron algunas de las duras críticas que recibió, pero no lo amilanaron. Así podemos leer:“Llegué muy pronto a la convicción de que si no se da una respuesta y solución desde lo interno a las relaciones de la vida, su significado es muy pobre. Las circunstancias externas no pueden sustituir a las internas” (Jung,Opus cit. p. 18).

Por eso, podría compendiarse la obra del investigador suizo y hasta su propia vida, bajo la constante de la influencia del mundo inmutable sobre el mutable; del mundo interno sobre el externo al que consideraba, por experiencia, como algo accidental; de ahí el privilegio a todo lo que tuviera que ver con las producciones inconscientes, las que fueron la piedra basal de su obra.

A ese mundo será al que ha de dedicarle su trabajo científico: los sueños, las fantasías, los mitos, los arquetipos, el hermetismo, la alquimia, la idea de Dios. Para un hombre que consideraba que podía medirse con los pensamientos de los siglos, como si su vida fuera una prolongación de la historia de la humanidad, nada de ello le podía ser ajeno; seguramente estas reflexiones de Jung, harán que reverbere en el lector el sub specie aeternitatis de Spinoza.

En relación a la consciencia, esa pequeña isla - como supo definirla - en el medio del mar de lo inconsciente, también le dio un espacio en su cosmovisión y no tan menor como pareciera. Dirá de la misma: “cuando se medita en lo que es en realidad la consciencia, se queda uno profundamente impresionado por el hecho altamente asombroso de que un acontecimiento que sucede en el cosmos, al mismo tiempo se engendra internanamente en una imagen (…) esto significa exactamente que se hace consciente”(Jung, Seminario en Basilea, 1934, inédito).


El arquetipo de la idea de Dios

La especulación sobre la existencia de un inconsciente colectivo u objetivo, como también a veces denominaba a esta instancia y sus contenidos, los arquetipos, suele ser el punto distintivo de las propuestas junguianas. Cabe aclarar, que no ha sido Jung quien acuñara el término arquetipo, palabra de origen griego y que en el encuadre que pretendemos darle a este escrito debe ser escuetamente concebida como “modelo”. Son las formas que nos hablan simbólicamente de las múltiples conductas humanas y que precisamente por ello, representan motivos universales. Las manifestaciones de los arquetipos se realizan a través de las imágenes arquetípicas-.(Cf. Costa, N. E. Jung – Un Mundo de Imágenes y Símbolos). El arquetipo en sí, es esencialmente una necesaria hipótesis, pero imposible de conscientización.

Muchos siglos antes que Jung le imprimiera el carácter psicológico que distingue a los arquetipos, ya había sido utilizado este vocablo por Platón y por pensadores como Irineo, Filón de Alejandría, Cicerón y San Agustín, si bien en este último autor no en forma explícita. Más modernamente y también con referencias psicológicas menores, en autores como Adolf Bastian, F. Nietzsche y en los franceses Hubert y Mauss. Jung, recién va a incorporar este concepto en el año 1919 en su artículo Instinto e Inconsciente.

No hace al propósito de este trabajo extendernos demasiado en la innumerable cantidad de arquetipos que se manifiestan en el psiquismo, pero sí señalar algunas cuestiones que son inherentes a los mismos. Si convenimos en aceptar que los arquetipos son “modelos”, entonces su posibilidad de representación simbólica será, como ya lo señaláramos, las denominadas imágenes arquetípicas. Las mismas, pueden surgir en forma individual en sueños, fantasías, delirios, visiones o alucinaciones, pero también colectivamente, que son las que se hallan en los mitos, los cuentos populares, el folklore de los pueblos y en la literatura universal. Al margen que dichas imágenes sean productos individuales o colectivos, su comprensión debe hacerse teniendo en cuenta que las mismas son imágenes/símbolos.

Los símbolos sabemos que velan y develan conjuntos de sentidos y significados, por lo que todo intento reduccionista de interpretación de esta unidad psíquica (imagen/símbolo) a una cuestión comúnmente conocida, destruye a la imagen en su verdadero valor y paraliza la multiplicidad simbólica. Como se sabe, el símbolo es la mejor representación posible de una cosa relativamente desconocida. El impulso que Jung le diera a lo largo de su obra al estudio de los arquetipos y a las imágenes que lo aluden, hizo que la actividad simbólica en el orden de lo psicológico recobrara su verdadera importancia, logrando apartar con ello a las imágenes de una lectura sólo semiótica. Consecuencia de lo dicho, es que el símbolo no sólo permite acceder al “misterio” de la imagen, sino que también es un transformador de la energía psíquica. Otra característica de los arquetipos ha de ser su polaridad, condición necesaria e inevitable, dado que su actividad transcurre siempre por un eje dual. Así, por sólo dar un ejemplo, el arquetipo del anciano sabio, figura de aparición frecuente en sueños o en cuentos populares, puede tener tanto características positivas como negativas. De no menor importancia, es el poder comprender la necesaria interpenetración que tienen los arquetipos entre sí.

Resumiendo: el arquetipo debe entenderse no sólo a partir de los aspectos ya señalados, el de contener en sí a todos los opuestos concebibles (polaridad), sino también como forma y energía. Lo dicho, nos ha parecido muy necesario para poder comprender las ideas de Jung en lo que hace al fenómeno religioso y en particular al arquetipo de la idea de Dios o arquetipo de la divinidad.

Nuestro autor, como todo autor prolífero, ha solido usar para un mismo concepto diversos términos, a veces aproximativos entre ellos, pero en otras no tanto. Es hasta muy lógico, dado la dinámica de su pensamiento al que supo compararlo con un geiser. Hacemos esta acotación, dado que un Jung ya avanzado en sus propuestas, nos va a hablar del arquetipo del sí-mismo o también llamado de la totalidad, acerca del cual va a decir que se lo puede representar por figuras como el círculo, cuadrado, niño, cruz, estrella, sol. En Aion, texto del año 1951, analizará la importancia del mismo, viendo su equivalente histórico en la figura de Cristo. Y así como el yo será el centro de la consciencia, el arquetipo del sí-mismo comprende tanto el ámbito de la consciencia como el de lo inconsciente; por otra parte, debe considerársele como la meta de la vida, pues es la expresión más completa de la combinación de destino de lo que podemos llamar individuo.

En el frontispicio de la casa del investigador suizo había una sentencia en latín: Vocatus atque non vocatus, Deus aderit, lo que en buen romance significa: “Llamado a no llamado Dios está presente”. Y realmente no importa el nombre que lleve. La tradición cristiana lo ha llamado Dios. Simplemente será la divinidad en toda su omnipotencia y poder. Jung no tenía ninguna duda que la imago Dei (imagen de Dios) estaba acuñada en el alma del hombre y que muchas veces se expresaba en forma enigmática, emergiendo a través de distintas manifestaciones psíquicas.

Puede verse entonces que aquellas ideas que solían caer bajo la esfera de estudios teológicos o filosóficos, ahora también pasaban a ser consideradas bajo el prisma de la psicología: la idea de Dios como un símil del arquetipo de la divinidad. Giro copernicano por su enorme importancia y su indudable influencia en el ámbito psíquico. Parafraseando al propio Jung, digamos que ya no hacía falta buscar esa figura antropomórfica sentada en un trono en un algún espacio estelar desconocido, la que al no ser hallada por los racionalistas entonces evidentemente no debía existir. Ahora, ya tenía su propio thopos: el psiquismo.

Su existencia relativamente frecuente a lo largo de la historia human – dirá el propio Jung – parece constituir un hecho digno de consideración. En sus formulaciones debemos aclarar que sólo intentó demostrar la existencia de un arquetipo relacionado con la divinidad, “esto era cuanto podía afirmar psicológicamente acerca de Dios”. Su aparición en la fenomenología psíquica (sueños, fantasías, creaciones, etc.) suele ir acompañada por fuertes matices afectivos, que se relacionan con la emocionalidad profunda, signo distintivo de la emergencia de lo arquetípico.

La carga energética que detentan la o las imágenes, será la expresión de un concepto que se denomina “numinoso”, neologismo latino acuñado por Rudolf Otto en 1917 en su libro: LO SANTO: Lo Racional y lo Irracional en la idea de Dios y que Jung incorporará en su terminología científica. Esa emocionalidad que envuelve a la imagen, ese numinoso, cursará desde lo beatífico a lo terrorífico. En su más amplio sentido, lo numinoso, debe entenderse como una propiedad sólo experimentable en el “encuentro” con lo divino.

Entendemos como muy interesante y digno de tenerse en cuenta lo que señala en su autobiografía: “Que la divinidad actúa sobre nosotros, sólo podemos comprobarlo por medio de la psique, en lo que, sin embargo, no nos es dado distinguir si estas influencias proceden de Dios o de lo inconsciente, es decir, no puede decirse si la divinidad y lo inconsciente son dos dimensiones distintas. Ambas cosas son nociones límites de contenidos trascendentales” (Cf. Opus cit. R.S.P., pág. 413).De acuerdo a nuestro entender, la imago Dei no comprendería a todo lo relacionado con lo inconsciente, pero sí coincidiría con una parte del arquetipo del sí-mismo, que al contener a todos los arquetipos existentes, va de suyo que también al de la divinidad .

(Próximamente la 2da parte)

jueves, 4 de agosto de 2016

La espiritualidad impostada


"The false guru and his Divine Energy" , de Frank Waaldijk,2010


"La espiritualidad impostada", por Juan Manuel Otero Barrigón

A Ram Dass le gustaba desafiar, a quienes decían sentirse "iluminados", a vivir junto a sus padres durante una semana.

La espiritualidad impostada se enorgullece al mirar por encima del hombro a las personas "poco" espirituales, demasiado "terrenales" a su gusto y status; ni comprometerse social ni políticamente, esas cosas le están vedadas. Es una espiritualidad de pies despegados del suelo, con pretensiones de angelicalidad. Nada de "ensuciarse", nada de mezclarse en el lodo de las cuestiones mundanas, nada de involucrarse con asuntos "humanos, demasiado humanos". Velas de colores, mucho humo de sahumerio y a leerle el aura a los demás, no vaya a ser que encima nos transmitan malas "vibras". 

La espiritualidad impostada ama las comparaciones, es cálida y adorable con aquellos que comparten su misma cosmovisión espirituosa, pero desata su rechazo al incrédulo, y estalla en ira contra quienes osan cuestionar su elevada estatura.

La espiritualidad impostada es refugio y compensación de los sinsabores de la vida real.

La espiritualidad impostada es falsamente humilde, es espiritualidad de ego inflado. Padece lo que Jorge Ferrer denomina "narcicismo espiritual". Exhibe con la frente en alto los logros propios y las metas alcanzadas, y se abre poquito y nada al sincero descubrimiento del semejante, que si no está en la misma "onda" que uno, es porque poco espiritual debe ser.

La espiritualidad impostada es directamente proporcional a la cantidad de vocablos "espirituales" que nacen de su astral laringe. "Energía", "Amor", "Paz", "Vibración", "Beatitud", "Conciencia" son palabras imprescindibles en su miccionario "espiritual". Le urge pronunciarlas con ansiedad desbordante, privándolas de su solidez vivencial. A mayor frecuencia en su pronunciación diaria, mayor evolución de su impostación . Al fin y al cabo, decía Lao Tsé, "El Tao que puede ser expresado con palabras, no es el eterno Tao".

La espiritualidad impostada adora las ensaladas. Las ensaladas de "espiritualidad". Todo lo mezcla, y todo lo amontona; poco importan los contextos históricos, los orígenes culturalmente situados, y los fundamentos profundos de las distintas tradiciones y senderos. La espiritualidad impostada autoriza la convivencia más plena entre la Biblia y el Calefón, entre el Corán y el Termotanque. El Chamanismo amazónico con los registros akhásicos, el reiki con la Terapia de Vidas Pasadas, el yoga con la magia de los Druidas. Todo está permitido. Todo vale. Todo sirve. Surfea siempre por olas superficiales, y se hace un picnic con los autores de ocasión.

La espiritualidad impostada saca "chapa" nombrando a personajes de prestigio. Habla de Jung, y de Grof, de Teilhard de Chardin, y de Wilber. Habla de todos, pero no habla de ninguno. No le interesa conocerlos realmente. Poco le importan las bases reales de sus teorías y pensamientos. Poco se sumerge con paciencia y dedicación en la complejidad de sus postulados y escritos. Aspira tres o cuatro conceptos y los extrapola a cualquier ámbito y situación. Se construye los personajes a su gusto, los reduce a sus estándares new age.

Enseñaron los grandes maestros, que la espiritualidad se encuentra en la sencillez de lo cotidiano y no en las extravagancias de ínfulas pseudozen. Se vivencia en esa continuidad de conciencia que es trabajar, relacionarse de manera auténtica y servir a los demás con humildad, algo que solamente se consigue con sencillez, pasando desapercibido entre los hombres. 

Pero la espiritualidad impostada necesita del reconocimiento del otro, sin cuya admiración se desinfla, se deshace, mostrando el vacío ahí...justo en el centro...en el mismo lugar desde el cual parecía irradiar tanta luz. 

Juan Manuel Otero Barrigón es psicólogo. Ejerce como terapeuta en la práctica privada. Profesor adjunto en la cátedra "Psicología de la Religión", en la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Coordina la Red de Estudios Religare, y es creador del blog Psymballéin